El "Tío de los Aullíos"

Un día mi abuelo me contó una historia que me dejó embobado, boquiabierto.

"Me dijo que hace mucho tiempo, unos 60 años, en Barbate sucedió una cosa extraordinaria que tuvo a todo el pueblo pendiente de ella. Me contó la historia del “Tío de los Aullíos”.

Decía mi abuelo que, durante las madrugadas de algunos días se oía el ruido de cadenas y gritos parecidos al de los lobos. Esto pasaba cuando casi todos los barbateños dormían, y digo casi todos, porque como Barbate es un pueblo marinero siempre había a cualquier hora de la noche, hombres y mujeres despiertos preparándose para ir a la mar, en los bares, panaderías y tiendas de comestibles.

Nadie vio nunca a este hombre, aunque quizás fuera más de uno, pero todos decían que era como una especie de sombra, como un fantasma de esos que hay en los castillos antiguos, que recorría los alrededores del pueblo y los campos de la Breña. Contaba la gente también, que este hombre sólo salía las noches sin luna, las noches más oscuras y que cuando arrastraba las cadenas y gritaba con ese aullido de lobo, se les ponían los vellos de punta, la piel de gallina, y rápidamente se metían en sus casas.

Cuando yo le pregunté a mi abuelo que quién era el “Tío de los Aullíos”, él me contestó que no lo sabía, pero que estaba casi seguro de que sería un grupo de hombres que transportaban mercancías y medicinas que entonces estaban prohibidas, para poder dar de comer y curar a sus seres queridos.

Mi abuelo dice que él nunca lo escuchó, pero que su padre y sus tíos que eran panaderos, sí lo oyeron alguna vez. También me ha dicho que algún día cuando sea mayor me contará más sobre esta leyenda que para él es historia, una historia muy bonita sobre esa época y sobre los barbateños, que todos recuerdan con cariño. 

Un día de pronto, como empezó, terminó la historia. No se volvió a oír al “Tío de los Aullíos”. Como vino se fue".

Asier Gil Marín

Esta historia contada por mi «persona favorita», fue un trabajo que la profesora había mandado a sus alumnos de tercero de Educación Primaria del C.E.I.P.,  Juan XXIII de para que escribieran sobre un hecho real o imaginario que habían oído de sus mayores sobre su pueblo. Como no podía ser de otra manera, este relato bajo la inocente pluma de un niño de nueve años, se me antoja una verdadera joya literaria e histórica digna de mantener viva y formar parte del rico acervo cultural de Barbate. 

Como a cualquier niño de mi época, a mí también me la contaron en su momento, y como hace ya tanto de esto, intentaré buscar en el baúl de mis recuerdos y esperar que estos no me traicionen o me jueguen una mala pasada. Como la recuerdo intentaré relatarla, aderezada con ciertas florituras lingüísticas como es de suponer, aunque tampoco demasiadas, claro. Aún así y todo, sé que será una versión contaminada por el paso de los años y distorsionada por esa influencia natural de la tradición oral; el boca a boca es lo que tiene. 

La recuerdo así:

Hace ya mucho, en esas noches invernales en el que las olas del mar rompían con cólera inusitada sobre las rocas del puerto de la Albufera, el viento del Estrecho traía ecos extraños y la lluvia golpeaba con furia los cristales de las ventanas; dentro de las casas, iluminadas por una afligida luz ámbar, en ocasiones irrumpía el destello de la cegadora claridad de un relámpago proyectando figuras fantasmales sobre las paredes preñadas de cal,  mi  abuelo se acomodaba en su vieja mecedora de madera, que crujía con cada balanceo y alrededor de una desvencijada mesa, toda la familia nos arropábamos buscando el calor de la copa de picón (brasero de picón), con que amortiguar un poco los afilados dientes del frío que se clavaban en nuestra piel, llegando a calar hasta los huesos, y al mismo tiempo poder reconocer las líneas y sombras de los dibujos fantasmales de nuestros irreconocibles y famélicos rostros, de la familia reunida. Mi abuelo contaba esta leyenda dotándola de un realismo tan vívido que nos sumergíamos en él como hoy los niños se sumergen en los videojuegos. La esencia es básicamente la que cuenta en su relato mi «persona favorita», y la que prácticamente es de curso legal entre los vecinos de Barbate, sin embargo, con el paso de los años, uno va tamizando la información y esa criba te permite poder llevar a cabo algunas matizaciones de carácter muy personal.

Siempre se especuló con que eran varios hombres, no obstante, quienes afirman que lo vieron hablaban de uno solo; de aspecto achaparrado, pantalón remendado en distintos tonos de grises cogido a la cintura por una cuerda, camisa de color incierto, chamarreta a juego con un único botón cerrado a la altura de donde termina la garganta. Se movía con dificultad no sólo por la orografía arenosa del terreno de la Breña de Barbate, ni por las sombras fantasmales de los pinos que enmarañan el hermoso paisaje, ni tan siquiera por las escarpadas y sucias calles del  sinuoso laberinto del poblado chabolista del Zapal, también por las viejas alpargatas de cáñamo que habían vivido tiempos mejores. Escondía su rostro apergaminado, del que sobresalían unas profundas  arrugas, -las hojas del libro de su miserable vida-, bajo una vieja y descolorida gorra de visera que en algún momento de su larga vida fue  negra, pero que, sin embargo, no ocultaba esa mirada de profundo miedo, de desesperación y angustia del que nada tiene y mucho necesita. Navegaba por esos intrincados caminos, de más sombras que luces, de manera caótica, ahogando sus gritos en lo más profundo de su garganta, sin rumbo; como barco a la deriva, batiendo las olas de su desgraciada vida e intentando llegar a buen puerto sin una estrella que lo guiara. 

Quien quiera que fuese este (os) hombre (s), desde luego no era un fantasma, lo que sí, es una figura que pertenece al patrimonio histórico cultural de Barbate, formando parte del inconsciente colectivo de los más jóvenes. Es de suponer, al menos así lo creen los más viejos del lugar, y lo he reseñado, que no trabajaba solo sino en compañía de otros y se dedicaban al estraperlo, es decir, al contrabando de: café, pan, legumbres, tabaco, harina, jabón (Lux, La Toja, Palmolive, Lifebuoy, etc.) y fundamentalmente al de alimentos básicos para aliviar en lo posible la precaria y miserable subsistencia familiar y acallar a ese indomable estómago que gritaba más que él. Cuentan, que incluso podrían transportar papillas para bebés (Pelargón) y alguna que otra medicina tan básica como la penicilina;  productos tan de primera necesidad, que ahora pudieran parecernos ridículamente banales, pero de los que aquí carecían las familias más humildes, y no sólo debido al aislamiento al que estábamos sometidos por el régimen, sino por el obsceno acaparamiento de estos productos que hacían los caciques de turno.

Sin embargo, un día, sin saber muy bien por qué, el Tío de los Aullíos desapareció, no se volvió a oír hablar de él. Dicen que de la misma manera en que apareció, desapareció. No lo sé, nunca he llegado a entender muy bien qué significó esto.

Comentando esto mismo con un amigo, nonagenario ya, me dijo: Paco, no olvides que si desapareció por arte de magia, es que el Tío de los Aullíos sigue entre nosotros, vive, y lo hace, esperando que alguien más se atreva a escuchar sus aullidos. He de reconocer que no me esperaba esta respuesta, pero mi incredulidad permaneció intacta; sin embargo, en la penumbra de esas noches de fuertes vendavales, cuando el viento de levante sopla con esa furia inhumana y descarnizada, y cuando el resuello bronco de las olas rompen con crueldad contra las rocas; algunos lugareños son capaces aún, al menos eso afirman, de oír en su interior -barruntar- el susurro lejano de unas cadenas arrastrándose y chirriando en la oscuridad. Esto me desconcierta y me hace bailar al filo del alambre entre lo que mi razón me dicta y lo que los más viejos del lugar piensa: La Leyenda del Tío de los Aullíos nunca desaparecerá por completo porque todos tenemos un poco de él o al menos lo recordaremos con cierta nostalgia, cariño, un poco de miedo, pero también de esperanza

Ya sólo me queda terminar. Sin embargo, si tuviera que quedarme con cualquiera de las historias que del Tío de los Aullidos se cuentan, yo me quedo con la de "mi persona favorita". La luz que alumbra en su camino a los niños es una luz limpia, y no contaminada por el filtro del visillo con el adulto intenta verlo todo, es la luz de esa inocencia lo que hace más creíble la historia más increíble. 

Así que, con una mueca de sonrisa, quisiera terminar este relato,  invitando al lector a que se aísle de todo, se adentre en sí mismo  y escuche ese grito en su interior, ese clamor de terror del "Tío de los Aullíos" que llevamos dentro. Pero cuidado, tened los ojos bien abiertos y preparaos para el escalofrío que recorrerá vuestras espaldas cuando veías aparecer un albatros; sí, ese ave que según una leyenda pagana de viejos marinos se lleva las almas de los marineros muertos, y nos deje como presente a uno de los nuestros. 

No hay mejor lugar para estar que una realidad imaginada ¿?


Te invito a oír la versión en audio de este episodio de la historia de Barbate:

 


HERRAMIENTAS UTILIZADAS:

Este audio vídeo lo ha generado mediante la herramienta de IA Vidnoz AI (versión gratuita).

Las imágenes han sido generadas por las herramientas de IA: Copilot y Geminis y mejoradas con Photoshop.

El contenido ha sido extraído de una versión popular de una historia del mismo título.




Hasta luego y suerte.

Paco Gil Pacheco (@PacoGilBarbate)










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