Aquí está otra vez, como tantas veces a lo largo de mi existencia. Aquí está frente a mí, pero hoy es todo distinto, no lo sé pero hoy me resulta sencillamente aterrador. La noche lo ha convertido en un siniestro sumidero de temores, en un temible espectro sobre el que navegan las inequívocas sombras de los pesqueros que van saliendo del puerto.
Sus fantasmales siluetas van dejando tras de sí la única luz que que me alumbra. Una estela de espuma blanca, mientras para mantener su rumbo firme sortean las terribles montañas negras que, cada vez hacen más difícil que puedan mantener el equilibrio.
Esta escena fantasmagórica me paralizó. A mí, que tantas y tantas veces me había acercado a la orilla de mi playa a relajarme, a sentirme verdaderamente yo.
El estentóreo golpeteo de las embarcaciones al batir las olas, resuenan en el sepulcral silencio de la noche, como ecos sordos engullidos por el miedo que me atenaza y que me impide huir.
En muchas otras ocasiones esta misma situación, me había envuelto en un mudo de sensaciones contrapuestas, escalofrío y bienestar. Sin embargo esta noche ha sido distinta, no lo entiendo. Probablemente haya encontrado lo que nunca buscaba, porque para mí era un sin sentido, la otra cara de la moneda, la otra cara del mar. El mar y no la mar.
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