El lavado de cerebro posiblemente sea la máxima expresión de la invasión de la privacidad personal. Algo que desde los albores de la civilización los seres humanos
venimos practicando de forma asidua. Lo venimos haciendo desde que nos dimos
cuenta de que podemos controlar no sólo lo que hacen otras personas, sino lo
que piensan usando métodos tales como la coacción, la mentira, la violencia o
métodos más sutiles y sibilinos como la publicidad y, en última instancia, la
educación.
Sin entrar en laberintos científicos más o menos
intrincados, como las bases neurobiológicas en las que este asunto se sustenta,
podemos afirmar sin asumir demasiado riesgo a errar, que los efectos que en
este sentido consigue el tándem educación – publicidad, es sencillamente demoledor.
Solemos tener, en la mayoría de las ocasiones y, a
veces sin ser plenamente consciente de ello, un concepto muy elevado de
nosotros mismos: creemos que somos libres, que tenemos unas creencias cimentadas
sobre bases tan sólidas que difícilmente elementos externos nos pueden hacer
cambiar. Sin embargo esto no es más que un error, producto de la socarrona vanidad
que anida en nuestro ego. No queremos ver o, no somos capaces de percibir que
somos influenciables por naturaleza, las emociones nos traicionan y son por
ello el principal desencadenante de los
cambios que en nosotros se operan.
No pretendo hacer ni mucho menos un exhaustivo análisis
del tema, entre otras muchas razones porque escapa a mis conocimientos y porque
soy un mediocre observador de la realidad; pero a poco que se permanezca ojo
avizor, nos damos cuenta de la vulnerabilidad de nuestro cerebro y más en
situaciones prolongadas de intenso estrés, lo que provoca una parálisis de
nuestra actividad cerebral y, en consecuencia dejamos de pensar, lo que con
toda seguridad hace que nos sumerjamos en un mar de dudas y hasta que, los más sólidos
cimientos, sobre los que se sustentaban nuestras más arraigadas creencias se
tambaleen y, sea precisamente este momento el que aproveche el manipulador para
ofrecernos unas creencias en las que fundamentar nuestras futuras actuaciones.
Una vez expuestas estas razones, (no deseaba extenderme
tanto) con las que lógicamente podemos o no estar de acuerdo; personalmente y
desde hace mucho me hago preguntas como: ¿Es
la educación el mejor ejemplo de lavado de cerebro y que éste empieza en la
infancia? ¡Ojo!, con la respuesta, me digo a mí mismo, porque cualquier
matiz, por sutil que sea, puede herir sensibilidades y nada más lejos de mi intención
que el pronunciarme al respecto. No interpretéis esto como acto de cobardía sino todo lo contrario, un
acto que evite pronunciarse de una u otra manera a quienes
están leyendo este artículo. Posiblemente deformación profesional le llamaría yo.
No
obstante voy a dejar algunas cuestiones en el aire, que a fuer de convivir con
ellas se han hecho tan obvias, que se han vuelto invisibles.
¿Quién educa a quién? En el
proceso de la educación, ¿prevalecen los intereses del educando o los
del educador?
Si me permiten, a la primera cuestión prefiero no
responder, por el tema de no tratar de levantar ampollas, ¿entienden? Y no es
mi intención.
Respecto a la segunda cuestión, si anteponemos los
intereses del educador, y pretendemos conseguir un ciudadano dócil y agradable,
estamos ante un manifiesto lavado de cerebro en su más amplia acepción.
Precisamente porque se trata de un proceso de negación de la individualidad de
la persona que recibe la educación y sólo favorece la implantación de las ideas
del docente.
En cambio, si lo que se intenta es inculcar el
pensamiento crítico, detenerse a pensar y ser un poco escéptico, comprender
cuándo es mejor formular una pregunta y cuándo es mejor guardar silencio; si se
trata de enseñar y favorecer la capacidad crítica para ahondar en la
comprensión del mundo; si se hace todo esto, no estamos precisamente ante un
proceso de lavado de cerebro, sino ante todo lo contrario: una reafirmación de
la personalidad íntegra del individuo.
Precisamente a invertir esta tendencia es a lo que
nos dedicamos los profesionales de la enseñanza (la palabra educador me parece
muy fuerte y con una connotación que yo, lo reconozco, no he practicado). Sin
embargo hay quienes desde otras instancias, calenturientas y febriles mentes –
esos elucubradores teóricos de las pedagogías más vanguardistas – intentan llevarnos
al redil una y otra vez, no sólo lavándonos el cerebro sino, de una sutil
manera, centrifugándolos y dejándonoslo limpio de cualquier mácula, de
cualquier recuerdo que tanto esfuerzo nos costó almacenar a largo de muchos
años de esfuerzo, y trabajo bien hecho,
o por lo menos de dejarnos la piel en el intento, lo hayamos o no conseguido.
Al mismo
tiempo aprovechan para hacer de nuestro cerebro un órgano “LIMPIO, FIJO Y
ESPLENDOROSO”. Como es el deseo de muchos.
Hasta luego, y: “QUE EL NUEVO CURSO ESCOLAR NOS DEPARE
MUCHAS SATISFACCIONES”
Paco Gil
Otras Web relacionadas:
http://www.personal.able.es/cm.perez/comecoco.htm
(Técnicas de lavado de cerebro. Por Dick Sutphen)
http://www.genaltruista.com/notas/00000139.htm
(Lavado de cerebro, desmantelamiento psíquico, indoctrinamiento)
Nos han hecho tantas promesas, tantas, que ya no me
acuerdo. Pero sólo una era cierta. Habían jurado tomar nuestras tierras y las
tomaron.
Nube Roja
(Jefe indio)
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