Como ya os avisé en mi anterior artículo del mismo nombre y al que me remito para refrescaros un poco la memoria: http://pacojesusgil.blogspot.com.es/2015/06/entre-tu-y-yo.html, me he atrevido, de momento y después de no pocas dudas escribir una segunda parte. Es verdad que desde hace bastante la tengo escrita, guardada y bien guardada, he dudado bastante en si publicarla o no: demasiado presuntuoso, una pamplina, no se... fueron muchas las cosas que se me pasaron por la cabeza. Al final me he decido y aquí esta. No espero nada especial, ni tan siquiera que os guste. Es simplemente una reflexión más.
Estoy, como casi siempre a estas horas de la tarde, en la mejor terraza del mundo. Bar “El Gordo”, Barbate. La mejor ventana al Atlántico, la más hermosa y refrescante; aquella con la que todos hemos soñados alguna vez. Sensaciones indescriptibles aderezadas con esa suave brisa marina, y el inconfundible sabor de este salitre único e inconfundible de este lugar. Hoy no nos azota el viento de Levante y a fe que algunos lo echamos de menos.
Frente a “Yo”, el azul acuoso de unos ojos fatigados y una tierra que aquí sentimos muy cercana, una prolongación natural de este pueblo: Marruecos. Al fin y al cabo sólo nos separan menos de una veintena de kilómetros.
- “Tú”: Hola.
- “Yo”: Hola. Aquí pensando... comiéndome la sesera, como casi siempre. Esta cabeza es como una de esas máquinas de cine antiguo que no para de visionar una y otra vez escenas inconexas de diferentes películas y que no tienen nada que ver unas con otras.
- “Tú”: ¿Y qué ha sido lo último?
- “Yo”: Algo muy recurrente, la situación en la que vivimos. Ese estado apocalíptico que algunos padres de la patria tratan de dibujar una y otra vez. Sobre lo que nos viene encima.
- “Tú”: ¿Y?
- “Yo”: No sé, me da la impresión que España siempre ha sido un país con pocas ganas de cambiar. Parece como si todo le hubiese venido rodado. En ocasiones me pregunto si esto siempre ha sido así.
- “Tú”: Pío Baroja afirmaba en su Árbol de la ciencia, que “un verdadero católico era el que se fabricaba el más cómodo de los mundos”. ¿No será esto también aplicable al español? ¿A su carácter? ¿A su genética?
- “Yo”: No sé, no sé yo. Pero…
- “Tú”: ¿Pero qué? Anda vamos, suéltalo ya.
- “Yo”: Haciendo un breve recordatorio de lo leído y consultando algunas notas, me ha venido al pensamiento aquella España del siglo XVIII y ya metida en la primera mitad del siglo XIX. Aquella dominada por los sectores más reaccionarios de la nobleza y el clero que, utilizando sus privilegiadas tribunas (fiestas, pseudotertulias, púlpitos mal encaramados, confesionarios, catequesis, etc.), hacían caer rayos y centellas sobre todo lo que oliese a progreso, a ilustración, a luz intelectual, a avance científico en definitiva. Aún hoy me parece respirar ese aire viciado, denso, y de un asfixiante olor acre que creía de otros tiempos, de esa España profunda de Letamendi, personaje de la novela a la que has hecho alusión: “era de esos hombres universales que se tenía en la España de hace unos años, hombres universales a quienes no se le conocía ni de nombre pasado los Pirineos”.
- “Tu”: Sí, es cierto. Realmente no son tantos los que nos han hecho daño a lo largo de la Historia, pero los pocos que han sido, se ha ensañado bien . Esos pocos nunca han permitido que nos inventásemos nuestro camino. Cada vez que pienso dónde estamos y dónde podíamos estar es que …
- “Yo”: Nada, de nada sirve lamentarse, las cosas son como son, como son y no cómo pudieron haber sido. En nuestros actos siempre está el cambiar el estado de las cosas. Por otra parte, piensa que, lo que para uno cualquiera de nosotros es evidente no lo es para otro.
- “Tu”: Es verdad. No obstante, y aquí estoy con Juan Pablo Castel, confeso asesino en la novela El Túnel, de Ernesto Sabato, cuando afirmaba que: “Es bueno eso de la desmemorización colectiva, es bueno porque posiblemente sea la mejor arma de autodefensa de la especie humana”.
- “Yo”: Interesante observación… discutible como cualquier otra. No había pensado nunca en este asunto desde ese punto de vista. Mira…, mira quien viene ahí, “Él”, y viene sonriendo. Ya lo echaba de menos, aunque sabes que no es santo de mi devoción; sin embargo eso no quita que reconozca que en ocasiones me agrada su conversación, sus puntos de vistas, el enfoque que muchas veces da a temas en los que nos empantanamos, temas farragosos a los que cree dar solución: unas veces muy optimistas y otras muy pesimistas. Para él no hay término medio
- “Él”: Os veo algo mustios. Quizás no sea el término adecuado, pero ahora mismo no se me ocurre otra palabra que sea capaz de definir lo que vuestros rostros reflejan. ¿Supongo que puedo sentarme con vosotros?
- “Tú”: Hombre, ¿tú que crees? Pero dime… ¿De qué venías riéndote? ¿De ti? ¿De tu sombra? Venga suelta prendas. Además, lo estás deseando.
- “Él”: Pues mira sí. He leído el libro de Arturo Pérez-Reverte, Hombres buenos, y sabes de que me entero, de que El Santo Oficio, allá por finales del Siglo XVIII, estaba tan aburrido, que pretendió prohibir, esa moda tan en boga en el París prerrevolucionario, como fue la portañuela única en detrimento de la de doble apertura. ¿Os imagináis lo que hubiese sucedido en caso de prosperar esta cuestión? Al margen de seguir meando como como en el dieciocho, los fabricantes de váter públicos lo tendrían crudo. Y nosotros también.
- “Yo”: ¡Joder! Parece mentira pero, pero poco más o menos de eso estábamos hablando, pero….
///Continuará--
Hasta luego
Paco Gil
"Considero que lo mejor es que la gente deje el pasado en manos de la Historia, especialmente porque me propongo escribirla yo mismo".
Winston Churchill. En su famoso discurso en la Casa de los Comunes
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