Imaginemos por un momento que es cierta esta frase atribuida
al Papa Francisco:
“No es necesario creer
en Dios para ser una buena persona. En cierta forma la idea tradicional de Dios
no está actualizada. Uno puede ser espiritual pero no religioso. No es
necesario ir a la iglesia y dar dinero. Para muchos la naturaleza pude ser una
iglesia. Algunas de las mejores personas en la historia no creían en Dios,
mientras que muchos de los peores actos se hicieron en su nombre”.
Ahora imaginemos que hubiese sido pronunciada unos siglos
atrás. Sí, ya sé lo que prácticamente todos estamos pensando: ¡Cuánto
sufrimiento nos habríamos ahorrado! Y en cuanto al mundo que nos tocaría vivir,
¡Qué diferente sería! ¡Cómo una simple frase hubiese cambiado radicalmente la Historia!
No llego a imaginarme ese mundo, pero no me cabe la menor duda que sería
socialmente más tolerante y científicamente mucho más avanzado; no sé si mejor
o peor, pero desde luego muy diferente. Me resisto a pensar ni tan siquiera en
la remota posibilidad de que fuera peor. De cualquier manera, ahí lo dejo para
que cada cual saque las conclusiones que desee. De lo que no me cabe la menor
duda es que es un intento del Papa, de modo rigurosamente firme e irrevocable,
de volver a la esencia de la religión, sea cual sea ésta.
En ese mundo utópico en cuyo pendón de cabeza figuraría con
letras de oro la palabra TOLERANCIA, la Historia con toda probabilidad la
escribirían a partes iguales vencedores y vencidos. De esta manera no
tendríamos una visión unilateral de los hechos y no tendríamos miedo a aquello
que jamás ocurrió. Sencillamente por eso, porque no ocurrió. Viviríamos en un
mundo más igualitario en la que la palabra misericordia tendría un sentido
mucho más restringido en favor de la justicia, de mucho más calado y enjundia
social. No habría verdades inamovibles, talladas en piedra, en la que la
ortodoxia estaría repartida de forma aleatoria y las herejías serían monedas de
curso legal.
No sé a ciencia cierta si la verdad nos hará libres o no,
pero si es así desearía que no fuese una verdad impuesta desde arriba, sino esa
verdad de la que todos somos un poco dueños y otro poco vamos descubriendo.
Desde este punto de vista, me vais a permitir que me
considere hereje, probablemente un hereje frustrado, sí, pero hereje al fin y
al cabo porque he intentado ir siempre en contra de todo aquello que la más
estricta ortodoxia social, religiosa, política y económica me ha querido
imponer por la fuerza, por el chantaje o recurriendo al miedo.
Antes de terminar quisiera hacer una pequeña reflexión.
¿Habéis pensado cuántos desearían excomulgar al Papa Francisco por apóstata, hereje
o algo peor?
Además, hay un punto en que los infortunados y los infames se mezclan y se confunden en una sola palabra, palabra fatal: los miserables
Los Miserables
Víctor Hugo
Hasta luego
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