Aunque hace algún tiempo que profesionalmente dejé la enseñanza, no por eso he dejado de ser quien fui y aún menos como era y sigo siendo.
El ser de esta madera me lleva ir picoteando aquí y allá, la curiosidad me embarga y el beber en toda suerte de fuentes literarias me apasiona. El ser lector empedernido me hace ser al tiempo curioso de vocación.
Entre estas muchas fuentes de las que suelo beber sorbo a sorbo, procurando no atragantarme, sería muy osado por mi parte hacerlo de otra manera, se encuentra la literatura relacionada con la educación.
De entre esos momentos en los que está y no está divagando sobre distintos temas, me viene a modo de flas el desear plasmar en este artículo algunas opiniones sobre el apasionante y más que denostado mundo de la escuela, de la instrucción…, de la educación en el sentido más amplio.
Me pregunto, porque realmente me preocupa si ¿no estará siendo la escuela demasiado absorbente en la vida de los niños? Desde luego son muchas las voces más que autorizadas que en uno u otro sentido se han pronunciado. Yo, desde aquí voy a dar mi raquítica opinión pero tajante opinión.
“Sí, la escuela es demasiado absorbente, lo es ahora y lo ha sido en el pasado”.
Desde mi experiencia, la antigua escuela, aquellas de a tiempo completo de enseñanza reglada, de mañana y tarde; está más que superada aunque, aún se mantengan en ciertos sectores de la comunidad educativa que piensan más en algún que otro beneficio económico que en la eficacia pedagógica del hecho. Desde mi punto de vista este tipo de método educativo raya la tiranía pedagógica por llamarla de alguna manera.
De la misma manera, entiendo que la escuela en la que la tarea escolar invade todo el tiempo del alumno, tampoco es aconsejable por su innegable nulo valor pedagógico que, se ha demostrado tan ineficaz como lo expuesto en el párrafo anterior.
Entonces, ¿cuál es la escuela ideal? Pues sencillamente aquella que respeta el derecho que tiene el niños a instruirse y jugar. El derecho al juego es un valor que, denostado hace algún tiempo, hoy es un valor al alza a reivindicar, a defender a capa y espada. Otra cosa es saber conjugar a la perfección conjuntamente los verbos educar y jugar. Para eso estamos nosotros y la comunidad educativa en general.
La escuela actual debería asentar una serie de premisas básicas producto de la demanda social actual y, entre ellas:
a) Integrar, sin ambigüedad ni cortapisas, la educación dentro de la sociedad de la comunicación e información en la que estamos inmersos cada día más. El proceso y la demanda social son dos hechos irreversibles. Los conocimientos están ahí al alcance de todos y dispuestos para su uso en cualquier momento. Enseñar a los alumnos a discernir, y buscar la información adecuada es tarea y responsabilidad de los profesores y padres. Es necesaria una labor de concienciación a un nivel superior, de manera que en esta tarea se involucren todos los sectores de la comunidad educativa. Ardua y complicada tarea, no cabe duda, pero que hay coger al toro por los cuernos (valga el símil taurino), no queda otra. Todo lo demás son parches que no conducen a nada, sólo a engañar y engañarnos (es lo que hemos estado haciendo hasta ahora). La educación en este sentido necesita de una gran revolución tecnológica y el papel del profesorado es vital. En docente debe empezar esta revolución ya que en él cabe la responsabilidad de ir siempre dos pasos por delante del alumno. ¿Complicado, verdad? Ya lo creo, pero es lo que toca sin más.
b) Un aula sin pupitre, en la que tanto alumnos como profesores formen parte de una misma mesa redonda en la que todo se discuta, todo se ponga en duda, todo se cuestione siempre en busca de la verdad.
c) El profesor debe asumir, sin complejos, su nuevo rol, el de moderador y facilitador; adulto que escucha y propone métodos y experiencias de aprendizaje. Aquel que es capaz de integrar la vida del alumno fuera del aula, discutir sobre ella e integrarla en el sistema educativo del centro.
d) Dejar de proponer conocimientos inútiles, que nada tiene que ver con la realidad social del alumno y que por tanto lo aburren, lo hacen caer en la desidia y por tanto en el absentismo para al final acabar en el temible abandono escolar.
e) Por último, integrar a todos los sectores educativos en el proceso, estableciendo las distancias necesarias en cuanto a indeseadas interferencias. Es fundamental una coordinación afectiva y efectiva entre todos los miembros auspiciada y coordinada desde el propio centro.
Necesitamos de los niños para salvar nuestros colegios. (Francesco Tonucci)
Hasta luego
Paco Gil (@PacoGilBarbate)
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