UN MAESTRO. ÚLTIMA VICTIMA DE LA INQUISICIÓN



CAYETANO RIPOLL. MAESTRO DE RUZAFA Y LIBREPENSADOR

Con este escueto artículo, quiero rendir homenaje a un buen hombre, a un hombre honrado y, por extensión a todos los que pensando de manera distinta, no se dejan subyugar por verdades absolutas que desde fuera intentan imponerles. A todos los librepensadores en su más amplia acepción.

Amanecía en Madrid el día 13 de septiembre de 1888, se desperezaba la noche y veía los primeros rayos de sol “El Motín”, periódico satírico semanal. Llevaba ocho años editándose y ahora, precisamente en su suplemento al núm. 37, en un apartado dedicado a las INIQUIDADES DE LA MONARQUÍA,  se podía leer: «Al poco tiempo (1824) fue condenado a muerte en Valencia el maestro de primeras letras de Ruzafa, D. Cayetano Ripoll, hombre de excelentes prendas morales, por habérsele acusado de irreligioso. Debajo de la horca se colocó un lienzo, en el que se habían pintado llamas para figurar la muerte de aquel infeliz por el fuego».

Pero…, quién era Ripoll. El periódico Sol de Madrid de 31 de julio de 1927, en la página 3, conmemorando el centenario de su ejecución, ordenada por la Junta de Fe (La Inquisición, la llamen como la llamen) de la Diócesis de Valencia, se acerca a nuestro personaje, en su columna, “DE LA ESCUELA A LA HORCA. EL MAESTRO DE RUZAFA”, en estos términos:

«Ripoll había nacido en Solsona en 1778, así que cuando fue detenido y arrestado en 1824 tenía 46 años.
En su juventud cursó estudios de Teología, lo que supuso para él el germen de las dudas que sembraron su espíritu durante su corta vida. Ripoll es creyente pero no crédulo. Respetuoso con la conciencia ajena, no permite que nadie penetre en la suya.

Es más que probable que sea esta una de las razones por la que se hace maestro, porque piensa que la única forma de liberar los espíritus de supercherías es mediante la educación.

Ripoll interioriza amargamente el dolor de los niños que por ayudar a sus padres no iban a la escuela. Madruga a diario, con el fin de instruir en la huerta a cuantos niños encuentra en ella trabajando en ocasiones para ayudar al sustento familiar y en otras para intentar adormecer el fantasma del hambre  que durante la noche los atormentaban.

Esto, ni mucho menos suponía una dejadez de sus tareas. Todo lo contrario, como muy bien define el periódico, Ripoll recorre a diario la huerta desde antes del amanecer en pedagógica peregrinación, instruyendo a cuantos encontraba. Cuando finalizaba su labor escolar, comía en la barraca de Mariana Gabino, lavandera para más seña. Señala el autor de este artículo –Rodolfo Llopis – que su sobriedad era proverbial. Unas sopas, unas verduras y alguna que otra fruta. Carne nunca. Una vez dice que exclamó: “¡Qué pena Mariana que, para vivir, los hombres tengan que matar a los animales!”.

Al finalizar sus clases de la tarde, daba interminables paseos por aquellas huertas de Dios. Siempre solo. Siempre con él mismo. ¿A saber lo que pasaba por la cabeza de este buen hombre?

Pero estaba escrito, más pronto que tarde tenía que suceder. La noche del 8 de octubre de 1824 Ripoll es detenido  en su barraca por la ronda formada por voluntarios realistas capitaneada por un tal Luis Salcedo (sicario a las órdenes del poder real y eclesiástico). La noche pintaba negro como el corazón de quienes lo detuvieron. Un grito lastimero se oye en lontananza: “¡Nos hemos quedado sin maestro; que cuando esta ronda prende es para toda la vida”.

Por entonces, ejercía la supremacía religiosa en tierras del Segura don Simón López García, arzobispo de Valencia, que ya en las Cortes de Cádiz había dado muestra de qué pie cojeaba, defendiendo con tal ardor a la Inquisición, que se le premia desde las más altas jerarquías eclesiásticas, elevándole, de maestro de escuela, a la dignidad episcopal. Este arzobispo a través de la famosa pastoral Enguera confirma la Junta de la Fe y autoriza a dicha Junta a actuar de oficio contra Cayetano Ripoll. Forman la Junta don Simón López como presidente, el doctor don Miguel Toranzo, inquisidor de Valencia, el doctor don José Bautista Falcó, como fiscal y el doctor don José Royo, como secretario.

Parece ser que fue una pobre mujer, no teniendo por lo visto, pecados propios que confesar, quien delató a Ripoll. Entre las acusaciones que derrama sobre el maestro, sostiene que aún llevando cerca de un año ejerciendo el magisterio, no lo había visto ir a misa ni un solo día de precepto, ni en Navidad. Que cuando pasaba su Majestad de Viático a los enfermos por delante de la escuela no salía a la puerta a tributar el culto debido; que no enseñaba a los niños la doctrina cristiana: sí sólo los Mandamientos de la Ley de Dios.

El día 27 de octubre se le interroga y comienza un largo y tortuoso proceso, durante el cual Ripoll proclama una y otra vez su inocencia. Cuando se le obliga a creer en determinados milagros, exclama: ”¡Yo nunca miento en presencia de Dios!”…

El Tribunal de la Fe, el 30 de marzo de 1826, acuerda pasar el caso a la justicia ordinaria para que sea juzgado por hereje formal y contumaz.

El 3 de junio del mismo año, pasa el testimonio de la causa a la Sala del Crimen de Valencia. Desde este momento todo se sucede con inusual rapidez, y sobre una montaña de mentiras sustentan las acusaciones de blasfemias y propalaciones heréticas vertidas por Ripoll. Y el día 29 de Julio de 1826 se dicta sentencia conforme con el fiscal.

En esa sentencia, que es un monumento histórico, se dice: “que la herejía es el más grave delito contra la Divinidad y el Estado. Que Cayetano Ripoll resulta convicto de tan detestable crimen, pues habiendo nacido en el seno de la religión católica, de padres cristianos y sido bautizado, se aparta de sus creencias y niega con la mayor terquedad y audacia sus principales artículos. Por todas estas consideraciones es de sentir que la Sala debe condenar a Cayetano Ripoll a la pena de la horca y en la de ser quemado como hereje pertinaz y acabado, y en la confiscación de sus bienes; que la quema podrá figurarse pintando varias llamas en un cubo, que podrá colocarse por manos del ejecutor bajo el patíbulo ínterin permanezca en él el cuerpo del reo, y colocarlo después de sofocado en el mismo, conduciéndose de este modo y enterrándose en lugar profano; y por cuanto se halla fuera de la comunión de la Iglesia Católica, no es necesario que se le den los tres días de preparación acostumbrados, sino bastará se ejecute dentro de las veinticuatro horas, y menos los auxilios religiosos y demás diligencias que se acostumbran entre cristianos”… Era fiscal un tal señor Calabuig. Y firman la sentencia: don Fernando de Toledo, como gobernador, y los magistrados don Antonio Aznar, don Ramón Vicente, don Francisco de Paula Berga y don Mariano Herrero.

Ripoll permaneció en prisión (en las cárceles de San Narciso) veintidós meses. Como anécdota el periódico recoge el hecho de que Mariana Gabino, la lavandera, no dejó ni una sola semana de acudir a la cárcel a recoger las ropas de Ripoll.

El reo, mientras permaneció encerrado siguió con su vida ejemplar de siempre. Comparte su ropa y rancho con los demás presos. Cuida de los enfermos. Y todos los días, con el mismo fervor religioso que en su escuela, instruye a los reclusos. Poco a poco la figura de Ripoll va ganándose el respeto de todos los corazones. Este respeto llega a convertirse en devoción cuando se enteran de que Ripoll, sin temblarle el pulso y con la sonrisa en los labios ha firmado su sentencia de muerte. “¡Matan a un santo!” repetían por toda la cárcel presos y empleados.

El día 31 de julio de 1826 por la mañana, se le viste con ropa negra, le esposan las manos y montado en un borriquillo recorre las intrincadas y abarrotadas calles que le conducen a su cita con la muerte en la plaza del mercado. Allí se situaba el cadalso, ese macabro altar que marcará el límite entre una vida ejemplar y el sueño de los justos. Cuentas las crónicas, que fue indescriptible el horror y el dolor expresado por la muchedumbre que abarrotaba la estela que seguía Ripoll. Vecinos unos y amigos otros, al paso del reo, veían con la vista empañada por las lágrimas, como el maestro de Ruzafa con dignidad hierática soportaba ese terrible cáliz que le llevaba a una muerte tan innecesaria como estúpida.

Como éxtasis del horror que rodeó a este macabro proceso, de madrugada, los guardianes de la fe del poder terrenal establecido, que para el caso es lo mismo, cubren con paños negros las cruces e imágenes de la carrera.

Asciende Ripoll al cadalso y en el último peldaño, cruza sus manos sobre el pecho y elevando su mirada al cielo, pide el perdón para quienes le quitan la vida,  al tiempo que dirigiéndose al verdugo lo consuela diciéndole:”Cumple con tu deber que yo muero reconciliado con Dios y con los hombres”.

En presencia de una inmensa muchedumbre fue ahorcado Ripoll. Su cadáver se introdujo en tonel, donde habían pintarrajearon llamas, sapos y culebras – simulado el inframundo católico se supone- y arrojado al río.

A la deriva se mantuvo durante todo el día tan macabro ataúd, en todo momento vigilado por el gentío que junto a pretil del puente permanecieron ojo avizor.

Al caer la noche los hermanos de la Paz y Caridad lo sacan de tan horrible estancia y lo conducen al cementerio de Carraixet para darle digna sepultura. Allí descansa la última víctima de la Inquisición española.

Este hecho no sólo removió la conciencia patria, sino que su eco resonó en toda Europa. Inglaterra denunció en Europa este crimen atroz; Francia reclamó por vía diplomática, ya que se le había prometido no restablecer la Inquisición. La conciencia universal se sintió ofendida  ante tan horrendo y salvaje crimen, y en la huerta de Valencia aún resuenan los ecos de perdón de este gran hombre, mártir de la honestidad. Como es preceptivo en este país la noticia fue censurada y por tanto fueron posos los que tuvieron notica de ello»

El artículo lo firma Rodolfo Llopis, reportero del periódico “El Sol” de Madrid de 31 de Julio de 1927. A los cien años de tan criminal suceso.

No he querido adornar este artículo con imágenes escabrosas que puedan herir sensibilidades, y  por supuesto he intentado ser lo más aséptico posible en el tratamiento de la información dada por los dos periódicos mencionados. No tiene, bajo mi punto de vista, ningún sentido abrir debate alguno;  éste está servido queramos o no. Por ello he huido del morbo que pudiera suscitar opiniones interesadas en uno u otro sentido. Que cada saque las conclusiones que crea oportunas, eso sí no olvidemos que somos hijos de nuestro tiempo, pero claro… unos somos bastardos y otros putativos ¿?

De cualquier manera, abajo os dejo los enlaces en los que podéis bajaros las página de los periódicos “El Motín” y “El Sol”, de los que he extraído la información para elaborar este documento.


Al mismo tiempo os dejo un vídeo de aproximadamente treinta y cinco minutos de duración para el que quiera visionarlo. Advertiros que documento visual puede parecer ciertamente interesado o parcial, así no me queda otra que insistir en  que cada cual lo interprete según su buen criterio.








Paradojas de la vida. Cayetano Ripoll, tiene una plaza en Valencia, ¿sabéis donde?



Hay cosas que deberían hacernos perder la razón y si no es así, es que no tenemos ninguna razón que perder (Lessing)

Espero que os haya gustado y sobre todo que os haya servido.

Hasta luego

Paco Gil (@PacoGilBarbate)




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