EN DEFENSA DE LA VIDA


POR ENCIMA DE PREJUICIOS Y DOCTRINAS: DIGNIDAD

El derecho a la vida, como el derecho a una muerte digna es un derecho inalienable e intransferible. Nunca se es más uno mismo que cuando se encuentra frente a frente a sus últimos momentos y, en un acto de suprema libertad y valentía extrema, acepta tomar la decisión final, una decisión más que excepcional, porque todo en estos momentos lo es, cada una a su manera.

Que debemos defender el derecho a la vida como bien supremo es algo incuestionable, sin embargo deberíamos plantearnos si, ¿a cualquier precio?  He aquí donde radica el meollo de la cuestión y es aquí donde será  difícil que nos pongamos de acuerdo.

Aceptar la muerte puede llegar a ser el primer paso dirigido a establecer una paz precaria con una verdad inmutable.

Aunque  podemos defender el derecho a la vida de muchas maneras, sin embargo podemos sintetizarlas en dos grandes apartados, cada cual con sus connotaciones éticas y personales: la primera, aceptando los límites que la propia biología nos marca y que, por tanto, no es conveniente, ni mucho menos sano, traspasar intentando prolongarla de forma dolorosamente artificial. La segunda, aferrándonos a ella como a clavo ardiendo y dejando la decisión de estos últimos instantes, en manos de otros o de un hipotético ser superior en función de nuestras creencias religiosas.

Particularmente me identifico más con la primera y en este sentido me voy a pronunciar más extensamente. Entiendo, aunque no estoy preparado, que no deseo vivir a toda costa, que mi vida, como la de todo ser vivo, tiene un principio y un fin y aunque mi margen de maniobra para elegir el principio es prácticamente nulo, sin embargo sí tendré algo que decir sobre el final, en caso de que sea estrictamente necesario y al margen de cualquier consideración ética externa.

Consecuente conmigo mismo entiendo que, por encima de prejuicios y doctrinas, está la voluntad y dignidad del afectado. Dotados como estamos, parece ser, de ciertas características que nos diferencian de otros seres vivos  debemos tener lógicamente la posibilidad de afrontar nuestros últimos momentos con la misma dignidad con la que hemos pretendido vivir.

Por supuesto no pretendo banalizar una cuestión altamente sensible y que se encuentra arraigada de muy distintas maneras en las conciencias de cada cual. No me cabe la menor duda de que la reflexión es muchísimo más profunda, pero de lo que no me cabe la menor duda es que es un problema íntimamente vinculado a nuestra educación, a ese modelo educativo del que todos somos rehén de una u otra manera.

En su más amplia acepción, la educación recibida es la que va a determinar la actitud con la que nos enfrentemos a estos últimos y decisivos momentos. No me cabe por tanto la más mínima duda que los condicionantes culturales y religiosos, fundamentalmente , son los que han hecho y hacen que este último tramo de nuestra existencia sea algo dolorosamente traumático no sólo para el afectado si no para la familia en general.

Daremos  un gran salto en nuestra evolución cognitiva cuando seamos capaces de vencer ese miedo escénico al sentido trágico de la vida (o muerte) y, muy importante, cuando los hipócritas dejen de dictarnos sus normas moralizantes sobre la dignidad de la vida mientras ellos mantienen a buen recaudo su particular modus vivendi. 

Pero esto, que ha sido así, aún lo es, y lo más grave si cabe es que se sigue tratando como tema tabú que, desde muy pocos ámbitos se trata, ha provocado que seamos  autodidactas en esta cuestión.

A quién no le gustaría que en los últimos instantes de nuestra vida, en caso estrictamente necesario, coger las riendas y tener la última palabra, sin ambigüedades, sin ambages. Desearíamos con todas nuestras fuerzas sentirnos lo suficientemente valiente como para quedarnos solo con nuestra propia soledad.

Me indignan los dogmáticos de cualquier signo, los talibanes de la moral; son una especie peligrosa  de endogámica proliferación y que con sus dogmas y en su nombre sólo han hecho daño a la humanidad. Reconocerlos no supone ningún problema, se caracterizan por abanderar el estandarte de la hipocresía sin el menor rubor, sin la menor vergüenza. De cuántos antiabortistas podríamos hablar cuando ellos lo han practicado en la clandestinidad.  De cuántos antieutanasias, podríamos también hacerlo, cuando  han solicitado esta práctica para sus seres queridos bajo la excusa de cuidados paliativos.
Decía Ortega y Gasset que “las ideas se tienen” mientras que “creencias nos tienen” y es precisamente esto último lo que más y mejor caracteriza la esencia del ser humano en cualquier ámbito de su existencia.

Hay quien también ha dicho que la vida es un drama en el que dos de los protagonistas son las  “ideas” y las “creencias” y la trama es una lucha continúa entre estos dos intérpretes a los que se unen otros elementos, posiblemente esas “circunstancias” de las que habla Ortega y que llegó a “humanizarlas”.

Podríamos poner multitud de ejemplos que nos desnudarían social y moralmente, pero no es cuestión de quitar ropajes  a nadie, sólo es cuestión de integridad, honradez y respeto hacia uno mismo. De la misma manera que ninguna madre quiere abortar, nadie quiere morir; sin embargo es un derecho inalienable e intransferible la elección que cada cual haga.

Por eso soy un gran defensor de la VIDA, de mi VIDA, aunque algunos pretendan ver por este escrito lo contrario. Eso sí, soy por encima de todo un acérrimo defensor de la libertad, del libre albedrío.

Para terminar esta reflexión me voy a permitir la licencia de plagiar a quienes afirman como verdad suprema que no hay nada verdaderamente en la vida para quien haya comprendido que no hay nada más allá de la muerte…” La muerte no existe – decía Epicuro -, porque en tanto que existimos no hay muerte y cuando hay muerte, hemos dejado de existir”. En cuanto al cristiano, no teme a la muerte porque para él ésta no es más que un puente que necesariamente hay que atravesar para encontrarse con una existencia infinitamente más bella que la vida terrestre. Dos conceptos de dos de los muchos sistemas filosóficos para un solo concepto de un tema tan poliédrico como este.

Como siempre dejo a lector la última palabra, la última reflexión. Al final siempre prevalecerá la verdad individual, su gran verdad
Y la dicha perfecta llega con el atardecer, para quien supo emplear con fruto la jornada. Corneille.

Hasta luego
Paco Gil (@PacoGilBarbate)


Comentarios

FRANCISCO NADALES FERNANDEZ ha dicho que…
Amigo Paco: tras releer tu publicación sobre el tema eutanasia,no me das oportunidad de debatir contigo por que suscribo tus palabras.

Al respecto de tu defensa de la libertad y de la moral sin hipocresía permíteme las citas siguientes. " La libertad se necesita hasta para negarla" (Antonio Gala).
"La conciencia es el mejor libro de moral que tenemos" (Pascal).