Ayer como hoy y, ¿cómo mañana?

 


Esto de los bulos, ya sean científicos, sociales o de cualquier índole que siempre van a contracorriente de la verdad, lo que pretenden no es otra cosa que desestabilizar al poco cuerdo que pueda quedar y sembrar la duda en todos en general, no es en absoluto nada nuevo, pero sí muy peligroso en manos de los pirómanos adecuados. 

Voy a rescatar un breve relato de la novela de José Calvo Poyato, la Biblia negra. En este extracto, con los matices y tintes históricos que le caracterizan, el autor, pinta de forma reveladora a una sociedad que poco o en nada se diferencia de la actual. Una sociedad hipócrita y sórdida, preñada de prejuicios cuando no, de mentiras mal intencionadas en busca de no sé qué fines, pero que no auguran nada bueno.

 No soy un adepto a los principios tradicionales, porque pienso que  estos -no es ni siempre han sido así, ni serán ¿afortunadamente?- pueden y deben cambiar. Nada es inamovible nada está escrito en piedra. Creo no pertenecer al grupo de los locos insensatos que se cree todo lo que por ahí se dice, pero tampoco  a los listillos de turno que se aprovechan de la ingenuidad de los más simples para sacar provecho propio. Simplemente soy alguien que todo lo pone en duda, que todo lo cuestiona,  de los que piensan que los cocimientos se basan en la ciencia experimental, en el empirismo metodológico de Descartes y Newton; pero que también  es posible la existencia de otros tipos de  conocimientos que se nos escape de la realidad física, que pertenezca al mundo de lo no empírico, al mundo de lo sensible al de los sueños. No me cierro a nada. Sin embargo soy durito de pelar, lo reconozco. En silencio presumo de ser muy respetuoso de todo y con todos y todas (para que nadie se me enfade). Y por supuesto siempre dispuesto a aprender.

Sin más preámbulo empiezo.

"Se cuenta que en Toledo –la que fue proverbial foco de tolerancia y convivencia entre gentes de distintas culturas y diferentes religiones-, allá por los siglos XIII , XIV y XV tenían una gran fama, soterrada a voces, los médicos judíos. Sí,  esos a los que a su vez tenían fama de cabalistas y de seres codiciosos y malvados, enemigos jurados de la Santa Madre Iglesia. A pesar de los rumores que acerca de ellos circulaban, cuando algún vecino caía gravemente enfermos o alguna enfermedad se complicaba, la inmensa mayoría no tenía reparo en acudir en busca de sus servicios  porque, con gran diferencia, eran quienes mayores éxitos conseguían en el ejercicio de su profesión. En general estos médicos judíos no eran amigo de una de las prácticas más extendidas entre los compañeros de profesión, sobre todo, cristianos: la sangría. Esta práctica terapéutica era adoptada al más mínimo indicio de cualquier sintomatología de alteración del organismo de un paciente. Estos grandes médicos judíos se inclinaban más a aplicar ciertas dietas alimenticias, excluyendo diversos alimentos para hacer frente a determinadas dolencias; la gota era una de las más extendidas sobre todo dentro de la aristocracia de la época.

Cuando uno de los alimentos excluidos era la carne de cerdo, inmediatamente los enemigos de esta terapéutica  señalaban el judaísmo  de los médicos para cuestionar su eficacia y arremeter contra ellos, acusándoles de pretender introducir prácticas de la ley de Moisés  entre los buenos cristianos. 

Otro de los métodos de curación que defendían estaba relacionado con la confección de brebajes, pócimas y jarabes preparados con plantas a las que se atribuían propiedades especiales. Si bien este era un procedimiento extendido entre todos los galenos, su utilización por médicos judíos levantaban sospechas. Algunas lenguas  no tenían reparo en afirmar (os suena de algo), que se trataba de licores, elixires y narcóticos que tenía por objeto no la curación del paciente, sino el adueñarse de la voluntad del mismo (el Gran Hermano de la época), con fines poco confesables. 

A pesar de que el ejercicio de su profesión, donde habían alcanzado notables éxitos, desmentía estos pérfidos rumores, sus enemigos los utilizaban una y otra vez, encontrando siempre eco en aquellos para quienes creer en la maledicencia es un acto de fe.

Si la situación de estos médicos judíos – y árabes- era ya de por sí complicada, más lo fue aún a partir de 1479, cuando sus majestades los reyes doña Isabel y don Fernando obtuvieron mediante bula papal la autorización para la creación del Santo Oficio, más conocido popularmente como la Santa Inquisición. Soplaban tiempos de tormenta por los cuatro puntos cardinales del reino".

No sé si de este corto relato habéis sacado alguna conclusión, mi intención como siempre es sólo entretenernos un poco y si de paso aprendemos algo, mejor que mejor. De cualquier forma, las ventanas de la interpretación siempre estarán abiertas en este blog.

Espero que os haya gustado.

Fedro: ¿Quieres decir el resumen que se hace al concluir un discurso, para recordar a los oyentes lo que se ha dicho?

Sócrates: Eso mismo. ¿Crees que me haya olvidado de alguno de los secretos del arte oratorio?

Fedro: Es tampoco lo olvidado que no merece la pena de hablar de ello.

Recogido del Diálogo de Platón: Fedro o del Amor.

Bibliografía consultada.

L a Biblia negra. José Calvo Poyato.


Hasta luego.

Paco Gil Pacheco (@PacoGilBarbate).


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