Anecdotario

Está bien que empecemos el año con buen humor, que dejemos  atrás un 2020 nefasto, de infaustos recuerdos, de tristezas, de sufrimientos. Un año en el que muchos de nosotros habremos perdidos a seres queridos. En el que nuestros dirigentes no lo han hecho todo lo bien que hubiésemos deseado y que ha destapado nuestras deficiencias sanitarias; en definitiva, han dejado al aire nuestras vergüenzas. 

En este artículo, además de pellizcar un poco en nuestra historia, he pretendido dar un pequeño toque de humor no exento de cierta acritud política; solo la justa pero... necesaria. Bueno, he aquí algunas de las muchas y en ocasiones divertidas anécdotas que adornan nuestra muy diversa y rica Historia. 

La Historia está plagada de relatos curiosos que no sólo la condicionaron si no que se conforma como parte consustancial de ella. No es posible concebir una Historia sin estas anécdotas ni viceversa. La Historia verdadera, esa Historia que se constituye en marco de convivencia,  no es más que una concatenación de pequeños unidos por  nexos, en ocasiones aleatorios y en ocasiones necesarios y lógicos; no sé si con un propósito final o no. Pero desde luego pienso, que nada ocurre porque sí. Todo tiene un porqué y obedece a una finalidad. No hay casualidades si no causalidades.

Aquí os dejo algunas anécdotas, que por más que  divertidas no son menos cierta.

GILIPOLLAS. Un  término madrileño cien por cien.


Gilipollas. Era el insulto madrileño por excelencia. Una invención de Madrid que hizo fortuna y atravesó el río de los tiempos. Porque gilipollas se aplicaba a una persona de pocas luce y menos entendederas, lerda y sin agudeza, tonta… El origen de su creación se forjó en honor de un fiscal del Consejo de Hacienda, don Baltasar Gil Imón, que vivía con sus dos hijas en una calle cercana a la Ronda de Segovia, junto a la basílica de San Francisco el Grande, en los años finales del siglo XVI.

Las dos hijas de don Baltasar, Fabiana y Feliciana, carecían de motivos para agradecer a los Cielos su aspecto, s gracia y su intelecto. El fiscal, por ello, frecuentaba cuantas fiestas podía acompañado de las dos niñas por ver si así lograba caballero o mozo dispuesto a casar con alguna de ellas, y a ser posible con las dos. No le faltaba al consejero posición social ni bienes, pero la empresa resultaba difícil dadas las características de las muchachas. Jovencitas a las que, por costumbre de la época, se las denominaba «pollas», como a toda moza en edad adolescente y prestas para el casamiento.

Ni que decir tiene que todo el mundo conocía las intenciones del fisca, por lo que al entrar en cada fiesta o salón siempre había quien comentaba: «Ahí viene don Gil con sus dos pollas». Era una frase que, como una cantinela, se repetía por doquier y con una sonrisa en los labios. Y tanto se repitió la frase que, a fuerza de susurrarse y acortarse, terminó derivando en la expresión gilipollas que hacía referencia a tan peculiar trío y a la escasa perspicacia del padre e hijas.

No hay noticias de si hubo final feliz a los intentos casamenteros del buen padre. Pero la expresión se quedó grabada en el vocabulario madrileño como insulto y definición de persona de escasa inteligencia y aún mayor idiotez, simpleza y memez.

MADRID. LA Novela. Antonio Gómez Rufo.

Hay gente pa tó.

Se cuenta que cuando a Rafael el Gallo le presentaron al filósofo  Ortega y Gasset. El genio sevillano preguntó quién era «aquél gachó con pinta de estudiao», a lo que le respondieron: «Es filósofo». «Filo qué, ezo qué es», dijo el matador.

Alguien le explicó en qué consistía tal profesión, que era un señor que analizaba el pensamiento de la gente, que escribía doctrinas orientadas a conocer mejor el obrar de las personas. El Gallo, estupefacto, guardó silencio unos segundos. Hasta espetar con gracia: «Hay gente pa tó».


Como nota a pie de página a este relato, creo que es necesario aclarar en honor a la verdad, que la anécdota original es muy anterior y fue protagonizada por otro torero, Rafael Molina Sánchez, “Lagartijo”.


Se cuenta esta anécdota en los siguientes términos: Un reputado histólogo madrileño de visita en Córdoba, le fue presentado a Lagartijo por un catedrático de instituto, amigo de ambos. Cuando el profesor le explicó al torero en qué consistía el trabajo de un histólogo, éste repuso: «Na, na, don Fernando, que azí ez er mundo». «¡Hay gente p ató!»

Blog Fernando R. Quesada

Comer sobre un tapiz.

Todavía en el siglo XVI el Santo Oficio podía acusar de herejes a una familia simplemente por el hecho de comer todos en la misma mesa. Así pues, era costumbre madrileña , sobre todo, que a la mesa sólo se sentaran los hombres. Las mujeres y los niños debían comer sobre un tapiz en el suelo.

Madrid. La Novela.  Antonio Gómez Rufo.

Una persona normal tarda alrededor de siete minutos en dormirse; según la “Fisiología humana de Hand”, la misma persona tarda entre quince y veinte minutos en despertar.

Al parecer, el sueño es un lago del que cuesta más salir que entrar. El ser humano despierta por etapas, pasando del sueño profundo al sueño ligero y a ese estado llamado «duermevela» en el que la persona oye sonidos y hasta contesta preguntas que después no recuerda, salvo, si acaso, como un sueño.

Cementerio de animales (103). Stephen King.

Sobre el tabaco.

Durante el reinado de Felipe IV, el Santo Oficio dicta una Orden que dice así:

EL SANTO OFICIO

Impondrá severo y ejemplar castigo a todo aquel cristiano que con maléficas artes inhale y expela humo por cualesquiera de sus orificios naturales, utilizando para ello la planta del tabaco, mal hallada en el Nuevo Mundo.

Madrid. La Novela.  Antonio Gómez Rufo

Madrid y sus paradojas.

Madrid, ciudad insólita: la calle donde vivió Lope de Vega se llama hoy calle de Cervantes y la calle donde vivió y murió Cervantes se llama calle Lope de Vega.

Madrid. La Novela.  Antonio Gómez Rufo

La verdad desnuda. Obra dramática de Carlos Arniches.


En esta obra Arniches hace un magistral bosquejo de la situación política de la España que le tocó vivir –siglo XIX- y que es perfectamente trasladable a  la situación sociopolítica en la que nos encontramos inmersos. Parece que estamos metidos en un bucle sin fin, y lo peor de todo es que no nos dejan salir de él. Los de siempre claro está. Esta historia, más que una anécdota aislada, no es más que la constatación de una realidad pasada, presente y esperemos que no de futuro.

Volviendo a la obra, Arniches cuenta como la Verdad ha sido expulsada del planeta por don Infundio, juez de «rectas intenciones»; don Chanchullo, «fiscal que condena», y don Compadrazo, «el que hace las defensas». En su lugar, varios mercachifles enarbolan la nueva bandera de la verdad, pero de ella, de la real, no queda ni rastro. Finalmente la Verdad se rebela contra su expulsión y, acompañado de la Buena Fe, vuelve a la tierra. Pero durante su paseo por los cafés y los domicilios se da cuenta de que ya nadie recuerda las bases que ella había impuesto, y que sería muy difícil de volver a la vida real ante semejante panorama.

Mientras leía la obra y el libro en el que hace su autor hace referencia –Un Episodio Nacional de Carlos Mayoral- el panorama político judicial en el que nos hallamos inmersos. Imaginaba a los mercachifles actuales enarbolando y apropiándose de una bandera que no les pertenece sólo a ellos, así que, enarbolando una falsa bandera: la del odio, la de la homofobia, la del racismo, la de la intransigencia, la de la insolaridad, la del miedo a defender sus propias ideas, en definitiva la que encarna todos aquellos valores patrios ajenos a España y a los españoles.

Con la restauración de la democracia pensaba que dejaba atrás largos años de un siniestro destino, de una España grande y libre, pero no. Bajo esa aparente paz de cuarenta años el país sigue pudriéndose y colocando los cimientos de una nueva casta política corrupta difícil de derribar.

¿Os suena de algo? 

 Un Episodio Nacional. Carlos Mayoral.


Matrimonio. Fiestas de guardar y días de mojar.

Don Quijote era un poco veleta en sus opiniones sobre el matrimonio. Tan pronto pensaba que la mujer debía casarse siguiendo su voluntad, como decía que las hijas estaban obligadas a someterse a la opinión del padre, porque si no acabarían enamoradas de criados.

En el siglo XVII -nuestro gran Siglo de Oro por excelencia-, el matrimonio era cualquier cosa menos un refugio de afectividad. Las gentes se casaban porque había que casarse. ¿Qué iban a hacer si no? Siempre quedaba la posibilidad de irse a un convento.

Si bien es verdad que existían matrimonios por amor, este sacramento fue preferentemente un acto de conveniencia entre familias. No obstante, detrás de su aspecto dramático podía tener  una parte divertida: el sexo. Pero tampoco si se guardaban los preceptos de la Iglesia, empeñada en prohibir hasta los tocamientos entre esposos. Sexo sí, pero lo justo para procrear. A mediados del siglo XVI, tras la celebración del Concilio de Trento, quedaron fijados los modelos de fe y las prácticas de la Iglesia. Ni que decir tiene que el divorcio estaba prohibido, pero se admitía como causa de anulación el que alguno de los cónyuges fuera incapaz de consumar el acto sexual.

Sin embargo el Concilio de Trento fue más allá de lo imaginable y estableció la frecuencia sexual dentro del matrimonio. Era la siguiente: las parejas debían abstenerse de tener sexo cuarenta días antes de Navidad, los ocho posteriores a Pentecostés, los miércoles, viernes y domingos. Las fiestas religiosas, los días de ayuno, cinco días antes de la comunión y uno después. Echen cuenta y verán cuantos días quedan al año para poder tener sexo.

Ya podemos imaginarnos que esto no lo cumplían ni quienes impusieron la norma. De la misma manera podemos darnos cuenta por qué el concubinato estaba a la orden del día y por qué las mancebías afloraban como setas.

Menudas Quijoterías. Nieves Concostrina. La Esfera de los Libros.

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