Cualquier observador medianamente avispado, desde un promontorio no muy elevado , verá como esta España nuestra se parece cada vez más, a un país instalado en ese futuro plomizo y frío, pero muy favorable para los intereses de quienes pretenden que nada cambie, que todo siga igual, que se siga manteniendo esos privilegios de los mismos, para los mismos. La historia de siempre. Como ya decía en mi artículo: "Por sus frutos los reconoceréis", España es un país que siempre ha sabido pasar de la tragedia a la comedia convenciendo a todos de que lo hace de manera modélica. Léase Transición Democrática de los años setenta.
Yo, que me siento profundamente personalista desde el punto de vista político, defensor a ultranza de todo lo social y público y por tanto de un marcado carácter de izquierda, defino esta postura como la creencia en una profunda ética individual. Esto me lleva a no culpar al ser humano como individuo de las calamidades históricas, sino a la educación, las costumbres y al sistema político en el que le ha tocado vivir. Presumo de ser un gran defensor de la libertad y la democracia, y por tanto, enemigo acérrimo del despotismo, la autocracia y tiranía. Sólo bajo las premisas de la libertad y democracia el individuo puede ser feliz y desarrollar todas sus potencialidades, solo bajo este sistema un individuo puede comportarse y ser tratado con la dignidad que merece. La dignidad y el respeto son dos cualidades innegociables, y lo mejor de todo, es algo que se gana día a día, no viene de serie ni por cuna.
España ha sido, como apuntaba Hannah Arendt, “el vivero perfecto del individuo ideal en un régimen totalitario, porque sin ser un nazi convencido o un comunista comprometido, sin embargo no ha sido capaz de distinguir entre los hechos y la ficción, entre lo verdadero y lo falso”. (Me encanta esta definición y a ella he recurrido en más de una ocasión).
Mientras intentaba escribir el artículo que pretendía sacar, me di cuenta que ya estaba obsoleto antes de salir; se han ido sucediendo tantas y tantas cosas y a tan vertiginosa velocidad que me desarmó me dejó sin argumentos para lo que pretendía; sin embargo no me bajé del burro y pensé que, como no hay mal que por bien no venga, esto me serviría para dar un giro copernicano a mi enfoque inicial y me he centrado en el aspecto más narcisista del ser humano. Esa necesidad casi enfermiza de algunas personas en ser importante a cualquier precio
Me vino a la memoria aquel musical de la gran Concha Velasco (en otro país estaría en los altares de las estrellas más rutilantes y luminosas del mundo de la farándula, la Meryl Streep española, sin duda alguna, sin ningún tipo de chovinismo): “Mamá quiero ser artista”, para que, salvando las distancias, me pusiera a pensar en esta fauna política que nos rodea y que por lo civil o criminal intenta acaparar nuestra atención a costa de lo que sea, incluso a costa de vidas humanas y solo, con una única intención asentar, fomentar y proyectar su narcisismo tanto individual como partidista. ¿Quién dijo dignidad? ¿Quién dijo honradez? ¿De qué me habláis gilipollas?
Se me vino a las “mientes” ciertos personajillos de tres al cuarto, cuya única ambición en este mundo es ser famoso a cualquier precio. Nunca han destacado en nada, pero se rebela contra la idea de ser uno más. Ha decidido que hará algo grande; sólo le falta descubrir el qué. Un día trama por fin un plan. Incapaz de realizar proezas, siempre puede pasar a la historia como destructor – El infinito en un junco –.. Son tan infames, que no les importa absolutamente nada el daño que causan, las víctimas que van dejando a su paso; para ellos lo importante es llegar a su meta, caiga quien caiga, todo por retroalimentar su narcisismo, su egoísmo, su maldad. En política, un político que no crispa no es un político normal, es excepcional; y las excepcionalidades son un soplo de esa brisa fresca de la que tanto presumimos los barbateños.
Creo que a nadie, medianamente inteligente se le escapa el perfecto retrato que de determinadas personas – en el ámbito político y en estas difíciles circunstancias que nos lleva sumidas esta maldita pandemia – hace Irene Vallejo en su magnífico libro.
Por mucho que intente estos nefastos personajes convencernos de la bondad de sus intenciones, no caigamos en sus redes, no oigamos sus cantos de sirena. Se escudan en la mentira y se aprovechan de la candidez de quienes los escuchan esperanzados, meten el miedo en nuestras venas por goteo para deshumanizarnos y al final logran adentrarse en el corazón de muchas personas. No le hagáis caso, pensad que las soluciones no están en sus perversos predicamentos, en sus apocalípticos mensajes. No. Solo intentan gobernar nuestras mentes, y no se lo debemos permitir. Pensad siempre que las soluciones más simples y por ende más obvias suelen ser las más correctas para llegar a nuestros objetivos. Que en definitiva podemos circunscribirlo a uno solo: Ser feliz. Y para ello es imprescindible ser libres, que nadie ni nada nos diga en ningún momento qué y cómo pensar.
Para ello, sólo tenemos que pensar simple y llanamente, pensar por nosotros mismos, reflexionar y ser críticos y sobre todo, no nos censuremos más de lo debido. Pensad que la autocensura es más peligrosa que la censura en sí.
Como siempre, dejo al lector la última palabra, la última reflexión. Al final siempre prevalecerá, la verdad individual, nuestra verdad.
La diferencia entre honestidad e integridad, es que la primera habla de lo que decimos y la segunda de lo que hacemos,
Hasta luego.
Paco Gil Pacheco (@PacoGilBarbate)
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