DÉJAME QUE TE CUENTE UN CUENTO

 INTRODUCCIÓN..

Este año os voy a contar dos historia que os gustará y al mismo tiempo es probable que saquemos, sino una enseñanza, al menos, algo en lo que reflexionar. Es de lo que se trata, divertirnos aprendiendo y pensando.

La primera de las historias que os traigo no es un cuento propiamente dicho, sino una leyenda basada en un mito de los recogidos en la inmortal obra METAMORFOSIS de Ovidio.

Fue Ovidio uno de los más grandes poetas de la literatura latina. Relata en sus Metamorfosis historias míticas en las que los protagonistas sufren una transformación sustancial, se transforman en árboles, animales, rocas… Durante siglos, su obra ha sido un referente de la mitología y una fuente de inspiración para pintores, escultores, escritores y músicos.

Como Esopo, famoso fabulista de la Antigua Grecia, Ovidio, en esta obra (Metamorfosis), penetra en lo más recóndito del alma humana y nos desnuda ante una realidad que no deja de ser una moraleja. Y esa es mi única intención cada año por estas fechas. Sólo un apunte más antes de comenzar con el relato, cuando lo leamos pensemos en cuánto hemos cambiado los seres humanos desde entonces. En poco ¿Verdad?

La segunda historia sí es un cuento. Está extraído del libro CUENTOS PARA ENTENDER EL MUNDO de Eloy Moreno e ilustrado por Pablo Zerda y cuyo título es: LAS CRÍTICAS. Un cuento de una elegancia y sensibilidad que realmente os aconsejo leer, es muy corto y remueve conciencias. Como han escrito en uno de los muchos comentarios que se ha hecho sobre él: "Un cuento breve que te hace pensar en las cosas importantes de la vida" 

Ahí lleváis la primera de las historias, EL MITO DE LAS EDADES.


Desde que surgió el hombre, cuatro edades, cuatro generaciones, se han sucedido sobre la tierra. La primera fue la edad de oro y nació cuando Saturno (ese dios, padre de Júpiter que devoraba a sus hijos en el momento del parto, para que ninguno de ellos lo derrocara, tal y como él había hecho con su padre Urano), aún reinaba sobre los dioses. En esta época no existían las guerras, ni el temor ni el castigo; las ciudades no necesitaban murallas; sin necesidad de ley o de autoridad triunfaban la lealtad y el bien. La tierra, por sí misma, daba al hombre sus frutos. Corrían ríos de leche y de néctar (la bebida predilecta de los dioses), y la miel colgaba permanentemente de las encinas. En fin, una primavera eterna se extendía sobre el mundo.

Después, cuando Júpiter, el hijo de Saturno, se hizo con el gobierno del universo, vino una segunda generación, la de plata, peor que la de oro, pero mejor que las que vendrían después. La primavera tuvo que compartir el año con el incierto otoño, con el verano de ardientes calores y con los vientos helados del invierno. El ser humano se vio obligado a vivir bajo techo y a refugiarse en cuevas. También entonces comenzó a sembrar las semillas en los surcos del arado y a labrar la tierra con los bueyes.

Apareció en tercer lugar la generación del bronce, más cruel que la anterior, ya con una cierta inclinación a las armas y a la violencia, pero aún no dotada de una mente criminal.

Por último, se extendió sobre la tierra la generación del duro hierro. En ella desaparecieron la honradez, la verdad y la justicia, sustituidas por el engaño, la injusticia y la violencia. Ni el amigo pudo ya confiar en el amigo, ni el hermano en el hermano, ni el esposo en la esposa. La tierra, que hasta entonces era una y común para todos, como el aire y el sol, fue dividida por lindes y fronteras, pues la insensata pasión de poseer se apoderó del hombre. Y ya no se contentó este con forzar los campos con el arado y obtener las cosechas, sino que penetró en las entrañas de la tierra y le robó sus tesoros, el oro y el hierro, con los que fabricó armas mortíferas. La guerra se hizo entonces dueña del universo.

A continuación el cuento: LAS CRÍTICAS. 

El profesor Taom era una eminencia en filosofía. Había publicado numerosos libros, había escrito innumerables artículos y había desarrollado varias teorías respetadas por todos su colegas, pero raramente aparecía en público y apenas existían dos o tres fotografías de él. Por eso, el hecho de que por fin fuera a dar una conferencia era todo un acontecimiento.

Cuando el profesor se hallaba en un tren en dirección a la ciudad en la que iba a celebrarse el acto, comenzó a hablar con un viajero que se había sentado a su lado.

Tras presentarse y conversar sobre varias cosa triviales, el profesor preguntó a su compañero el motivo de su viaje.

- Verá, me voy a la capital a conocer al gran profesor Taom, pues en los últimos años nunca ha dado una conferencia, será algo histórico.

El profesor, al advertir la coincidencia y que su compañero no lo había reconocido, aprovechó para saber qué opinión se tenía de él.

- ¿Y por qué le llama gran profesor? Tal vez sea exagerado nombrarlo así, seguramente solo sea un hombre normal y corriente, quizás un simple charlatán de tres al cuarto.

Al escuchar esta última frase, el viajero se levantó furioso de su asiento.

- Pero ¿Cómo se atreve usted a hablar así del profesor, de un hombre que ha estado toda su vida estudiando, compartiendo su sabiduría con los demás? - Y sin poder contenerse le dio una bofetada y se marchó a otro vagón.

Un día más tarde, el profesor entró en el auditorio donde iba a dar la conferencia, y al terminar la misma observó cómo el hombre que había compartido el vagón con él se le acercaba nervioso.

- Profesor, le ruego que me disculpe, no sé por qué me puse así, lo siento, lo siento mucho.

- No se preocupe, no tengo nada que perdonarle, en realidad tengo que darle las gracias por la gran lección que me ha enseñado.

- ¿Yo? ¿Enseñarle una lección?

- Sí, claro, me ha enseñado la importancia de no hablar mal de nadie, sobre todo de uno mismo.

En silencio escuchan el susurro del agua, que para ellos ya no era la corriente, sino la voz de la vida, de la existencia, de lo que siempre será. Herman Hesse, Siddharta (Capítulo IX, <<El Barquero>>. Cita del libro Lejos de Luisiana de Luz Gabás.




Buena suerte y hasta luego.






Comentarios