LAS CUENTAS DEL GRAN CAPITÁN

 


(Imagen obtenida de https://antoniocdelaserna.wordpress.com/2014/09/05/la-cuentas-del-gran-capitn/)

Precisamente hoy se cumplen 507 años de la muerte de un genio militar,  artífice y precursor de la moderna infantería, "LOS TERCIOS". Un personaje altamente discutido en diferentes ámbitos de la historiografía y poco reconocido por aquellos a quienes con más devoción y pasión militar sirvió,  sus majestades los Reyes Católicos, aunque sería más que prudente señalar de manera inequívoca a Don Fernando.

De cualquier manera, no es precisamente este el ámbito ni el foro adecuado para poner en una balanza sus cualidades ni como ser humano  ni como militar. En este corto artículo me limito a relatar una anécdota que lejos de ser una falacia, fue una cruda realidad, producto tal vez de los desencuentros entre los agentes más directamente afectado: sus majestades católicas y el militar cordobés por excelencia: «LAS CUENTAS DE GRAN CAPITÁN»

Quien haya leído un poco de historia le sonará la animadversión que el rey Fernando el Católico profesaba a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. Las malas lenguas, que siempre las han habido, aseguraban que esta profesa antipatía era debida a la más que sospechosa cercanía de la reina Isabel y el General artífice de los Tercios (primer conato de la moderna infantería ligera). Sin embargo, dejando a un lado esta apreciación más propia de la prensa rosa actual; lo cierto es que a pesar de que el Gran Capitán contribuyó de manera decisiva a la expansión de la Corona de España por el sur de Italia y territorios Pontificios, no es menos verdad que el cordobés iba un poco a su bola, incurriendo en más de una ocasión en la desobediencia real.

Por poner uno de los muchos ejemplos. “Sabiendo el Gran Capitán que las tropas francesas eran muy superiores en número a las españolas y sus aliados, el rey Fernando le había pedido al andaluz que evitara el enfrentamiento directo y esperase tropas de refuerzos para combatir en Barletta. Sin embargo, Gonzalo Fernández de Córdoba, hizo oídos sordos a la orden recibida. Así que, cuando el virrey francés, el duque de Nemours, le exigió al andaluz que desalojara las poblaciones fronterizas ocupadas por España, nuestro general, haciendo gala de su habitual altanería, se negó en redondo y no eludió el choque contra los franceses, lo que llevó a las tropas españolas a una situación francamente desesperada en el asedio que sufrió Barletta por el ejército galo y sus aliados. Un brutal asedio que causó una hambruna sin precedentes que provocó muchísimas muertes, no sólo por hambre sino por enfermedades propias de la falta de higiene (malaria, peste, etc.). A esto debemos unirles las muertes llevadas a cabo por orden del propio Gonzalo Fernández de Córdoba, en juicios sumarísimos, a aquellos soldados que desertaban o amotinaban,  fundamentalmente por no haber cobrado su soldada desde hacía mucho tiempo. Muertes que en algunos casos fueron de una brutalidad extrema, desde ahorcamientos a empalamientos, quemados en la hoguera, etc.

Sin embargo, y a pesar de todos los contratiempos, el general de las tropas españolas, haciendo  valer su más que probada sagacidad militar, hizo revertir la situación y con ayuda de los ejércitos pontificios, de Nápoles, Sicilia, alemanes y mercenarios de otras nacionalidades, sometió al ejército del duque de Nemours, y salió victorioso de tan comprometida y angustiosa situación (verano de 1502).

Ante el recelo malicioso de uno (El rey Fernando), los constantes desplantes del otro (El Gran Capitán) y las malas lenguas de los pelotas “cortesanos” (como los de hoy, vamos), Fernando el Católico hizo llamar a España a don Gonzalo Fernández de Córdoba, a la postre virrey de Nápoles, para que rindiese cuentas ante su graciosa majestad, dado el ingente gasto que suponía para las arcas reales las contiendas bélicas en la península itálica.

Según la leyenda popular, el Gran Capitán se sentó delante del rey, abrió un libro y comenzó a relatar, apunte por apunte cada uno de los conceptos contables reflejados en el mismo.

«170.000 ducados en poner y renovar campanas destruidas con el uso continuo de repicar todos los días por nuevas victorias conseguidas contra el enemigo».

«50.000 ducados en aguardiente para las tropas en días de combate».

«1.500.000 ducados para mantener prisioneros y heridos».

«1.000.000 de ducados en misas de gracias y “Te Deum” al Todopoderoso».

«3.000.000 de ducados en sufragios por los muertos».

«700.494 ducados en espías».

« Finalizando la célebre relación con: y 100.000.000 de ducados por mi paciencia en escuchar ayer, que el Rey pedía cuentas a quien le ha regalado un reino ».

Como es de suponer, este relato, pertenece más al ámbito de la especulación y fantasía que a la realidad, como demuestra un documento conservado en el Archivo General de Simancas, y en el que se detalla las cuentas enviadas por el Gran Capitán a sus majestades católicas. 

Sea como fuere (si no es verdad, merecería serlo), probablemente se parezca mucho a la realidad, incluyendo, por supuesto, el chismorreo al que tanto somos dados, ahora como en la época de “Tanto monta, monta tanto”.

Al margen de cualquier discusión histórica, que las hay, y de cómo se debió sentir el Gran Capitán ante tamaña afrenta, nadie discute hoy día que quien tanto hizo por sus majestades católicas, no obtuvo todos los reconocimientos de los que probablemente se hizo más que acreedor.

Muere Fernando Fernández de Córdoba el 2 de diciembre de 1515, a los 62 años en Granada, (a donde se había trasladado tras un breve periodo como alcalde  de Loja),  de  fiebre cuartana (también denominada paludismo o malaria, enfermedad parasitaria que se transmite a través de las picaduras de mosquitos infectados), de las que estaba aquejado desde hacía meses.


¡Dios, que buen vassallo! ¡Si oviesse buen señor! (Poema de Mío Cid)


Libros consultados:

«Gran Capitán», de José Calvo Poyato.

«Tiempo de cenizas», de Jorge Molist.

Otros artículos de Internet.


Hasta luego y suerte.

Paco Gil Pacheco (@PacoGilBarbate).







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