Antes de comenzar este breve relato, es justo que reconozca que no me hubiese sido posible escribirlo sin la colaboración de mi compañera de viaje, en ocasiones de fatiga y en otras confidente. Ella aportaba esa frescura de la que ya carecemos quienes tenemos cierta edad y al mismo tiempo piloto de la nave por la que surcábamos esos campos de Castila, hasta arribar al hermoso puerto rural de Yepes.
Ella, ROSA PÉREZ RODRÍGUEZ, es una persona muy especial para mi; madre de dos de mis preciosos cuatro nietos, y esposa de mi hijo JESÚS. Gracias "Rosita" por todo y por tanto. Un beso desde estas historias anecdóticas, que espero también te gusten.
Decía Sigmund Freud, que " ningún mortal es capaz de guardar un secreto", pero no te creas todo lo que dicen. ¿Vale?
A medida que me alejaba de Talavera de la Reina, y los primeros rayos de sol me cegaban, el camino se volvía más rural, veía como a lo lejos se proyectaban, cada vez más, pequeños pueblos con casas de piedra y tejados de tejas rojas; pueblos donde la vida parecía que transcurría a otro ritmo, como dormitando; su ritmo pausado me relajaba y me hacía sentir bien, como transportado a Jauja. A lo lejos veía como los agricultores con su aperos se preparaban para un largo día de dura faena, y en ocasiones rompía el silencio el trinar de algún que otro pájaro y el murmullo de arroyos cercanos.
Mientras avanzaba, los campos de trigo y cebada se extendían a mi alrededor, con sus espigas doradas meciéndose suavemente al ritmo de la brisa casi marinera. El sol empezaba a brillar en el cielo, iluminando el paisaje y creando un hermosa paleta de colores sobre el fondo azul de un cielo diáfano. De vez en cuando, pude ver algún árbol solitario o un pequeño grupo de encinas que añadían puntos verdes al paisaje.
Al acercarte a Yepes, el paisaje comienza a cambiar, el camino se vuelve serpenteante entre montículos suaves y onduladas llanuras. Las colinas suaves se alzan a lo lejos, y el aire se siente fresco y limpio. Podía ver viñedos y olivares conformando un puzle paisajístico de luz, digno del mejor Joaquín Sorolla, un hermoso y relajante paisaje, que con sus hileras ordenadas de viñas, en formación cuasi militar, se extienden hasta más allá de donde alcanza la vista.
Finalmente, al llegar a Yepes, cuando ya el sol había rasgado el velo de la noche, y después de algo más de hora y media de carretera, te recibe un pueblo encantador y acogedor, con calles empedradas y edificios históricos. Nada más atravesar su arco de piedra para darte la bienvenida, percibo que este viaje no solo me ha llevado de un lugar a otro, sino que también me ha permitido disfrutar de la belleza paisajística del campo castellano manchego y de la calidez de su gente.
Me causó sorpresa, la primera vez que entraba al pueblo su cementerio, en un primer instante, tuve la percepción de que se encontraba a las afueras del centro urbano, pero no, nada más lejos de la realidad, simplemente fue un error óptico causado por mi mala orientación, se encuentra totalmente integrado en él; como lo está en el mismo cementerio la Ermita de San Sebastián, un precioso edificio de estilo barroco del siglo XVII. Junto al cementerio está el convento de clausura de la Carmelitas Descalzas de San José y San Ildefonso, fundado por Doña Catalina del Castillo y Alonso de Robles, vecinos de Yepes, en 1606. La Iglesia tiene como reliquia a una de las 11.000 vírgenes. Dos joyas a las que tuve el privilegio de visitar, aunque al convento no con la profusión que hubiese deseado por motivos obvios.
Nada más hube atravesado por primera vez el umbral, allá por el mes de marzo de 2023, me encontré con un ambiente tranquilo y amigable, con gente que te saludaban con una sonrisa y un “buenos días”, lejos de ese carácter adusto que dicen tienen en Castilla la Mancha. Pronto me di cuenta de que allí me iba a encontrar como en mi propia tierra, como en Barbate; a pesar de la distancia y el clima que nos separan, pero como siempre digo, un lugar no lo hace sus accidentes geográficos, ni tan siquiera su historia, un lugar lo hace hogar su gente; y yo me inmediatamente me sentí como en mi casa.
Al caminar por sus calles, y adentrarme en su corazón palpitante, cosa que hacía habitualmente, el aire se me antojaba preñado de la fragancia de un tierra fértil, e intuía, el eco de risas infantiles resonando en las plazas. Me sorprendió ver a modo de obelisco su «rollo», columna hecha de piedra y supongo que rematada por una cruz que delataba la categoría administrativa del lugar y al mismo tiempo compartiría, con las «picotas», las funciones de ajusticiamiento. En el centro de la villa, en su Plaza Mayor se levanta majestuosa la Iglesia Parroquial de San Benito Abad, que, con su imponente y orgullosa torre, se alza a los cielos, como guardiana de secretos y tradiciones que han perdurado a lo largo de los siglos. Sus muros, testigos de la historia, cuentan relatos de fe y comunidad, mientras el sol se filtra a través de sus vitrales, pintando el interior con destellos de luz. En 1992 fue declarada Bien de Interés Cultural. La verdad es que sólo pude visitarla en dos ocasiones, ambas por funerales de vecinos de la localidad, lamentablemente.
Sin embargo, además de todo el encanto del que me embriagaba día a día, había dos cosas que atrajeron poderosamente mi atención. Abundaba en este pueblo un apellido poco común en otros lugares de la geografía patria que a mi me constara; el apellido «Muerte». Y por supuesto, como no podía ser de otra manera, la relación de sus caldos con la imperecedera y más universal de nuestras obras literaria, «Don Quijote de a Mancha»
Carcomido por la curiosidad, me puse a investigar sobre estos asuntos que no dejaban de rumiar mi mente, y en los mentideros propios de pueblos y ciudades tan comunes en esta piel de toro, me contaron una leyenda que intentaré transmitir de la forma más fidedigna posible, sin muchas florituras, aún sabiendo el riesgo que corro.
Escribir algo sobre el vino de Yepes, era una cuestión de amor propio, si se quiere, y más para alguien muy familiarizado con el triángulo vinícola: Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda y Chicana de la Frontera.
Así que manos a la obra, que es de lo que se trata.
En este pintoresco pueblo, situado en lo más profundo de La Mancha, circula una leyenda tan antigua como los olivos que adornan sus colinas. Una fábula que se ha transmitido de generación en generación, susurrada al anochecer junto a las chimeneas, mientras las sombras danzaban al ritmo de las llamas. La historia del origen legendario del apellido «Muerte»".
En medio de esta desesperación, surgió una figura misteriosa. Era un hombre alto y enjuto, con una mirada penetrante y un porte majestuoso. Nadie sabía de dónde venía ni quién era. Solo se conocía por el nombre que susurraban los vientos: Don Muerte. Llegó una noche, cuando la luna estaba en su punto más alto, y se presentó ante los ancianos del pueblo.
Don Muerte les ofreció su ayuda para defender Yepes, pero con una condición: su nombre debería ser recordado para siempre. Desesperados, los ancianos aceptaron su oferta. Don Muerte se puso al mando de los pocos hombres capaces de luchar y comenzó a entrenarlos, enseñándoles estrategias y tácticas que parecían sacadas de otros mundos. Bajo su liderazgo, los hombres de Yepes se transformaron en guerreros valientes y decididos.
La batalla final se libró al amanecer, cuando el ejército enemigo atacó el pueblo. Con una ferocidad y una habilidad que jamás habían visto, los hombres de Yepes, guiados por Don Muerte, lograron rechazar al invasor. El cruel general fue derrotado, y su ejército, desmoralizado, se retiró para no volver jamás.
Al terminar la batalla, Don Muerte desapareció tan misteriosamente como había llegado. Pero su legado permaneció. Los ancianos del pueblo, fieles a su promesa, decidieron adoptar su nombre como apellido, como un símbolo de la valentía y la determinación que habían demostrado para proteger su hogar. Desde entonces, el apellido «Muerte» se convirtió en un símbolo de honor en Yepes, recordando a todos la historia de aquel hombre enigmático que les había salvado en su hora más oscura.
Cada vez que alguien llevaba el apellido Muerte, se le recordaba no solo el valor en la batalla, sino también la importancia de la sabiduría, el liderazgo y el sacrificio. Y así, la leyenda de Don Muerte perduró, pasando de padres a hijos, convirtiéndose en parte integral de la identidad de Yepes.
La historia del origen del apellido Muerte es más que una simple leyenda; es un recordatorio de que incluso en los momentos más oscuros, la esperanza y el coraje pueden surgir de la manera más inesperada, dejando un legado eterno en los corazones de quienes se atreven a luchar por lo que aman”.
Y qué decir de los caldos de Yepes, antes de referirme a ellos los caté como era preceptivo, y sin ser muy aficionado al vino en general tengo que confesar que no me dejó indiferente; sin embargo, adjetivarlos me parece demasiado osado por mi parte y de seguro erraría en mis apreciaciones.
Muy valorado por los lugareños, llevan con orgullo el que el mismo don Miguel de Cervantes lo mencionase en su inmortal obra: Don Quijote de la Mancha. Como no podía ser de otra manera, me puse a investigar sobre el tema y he aquí que me encontré con que : “las referencias al vino de Yepes en el libro Don Quijote de la Mancha" resaltan la calidad y el prestigio de este vino en la época cervantina. Además, refleja cómo el vino era una parte integral de la vida cotidiana y un símbolo de hospitalidad y buena compañía. La obra de Cervantes, con su rica inclusión de elementos culturales, continúa siendo una ventana a las costumbres y tradiciones del Siglo de Oro español”.
Hay manifiestas referencias al vino de Yepes en la obra de de Cervantes, pasajes en los que Don Quijote y Sancho Panza mencionan este vino como ejemplo de calidad en la región, distinguiéndose por su marcado sabor y carácter. Estas menciones no solo sirven para ilustrar la cultura gastronómica de la época, sino que también refleja la relación entre los personajes, ya que, el vino se convierte en un elemento de camaradería y disfrute compartido.
No me ha dado para más. Por otra parte mi objetivo no era demasiado ambicioso, mi intención no era otra que dar una visión muy somera, de dos de las particularidades que más me atrajeron de un pueblo cuya gente me acogió con la cordialidad familiar con que se acoge en mi pueblo, Barbate. Pretender escudriñar en las entrañas de Yepes se me antojaba ilusorio y demasiado pretencioso para alguien que, como yo, un simple visitante, sólo pretendía escribir un pequeño artículo, como muestra de agradecimiento por la hospitalidad con la que me dispensaron y por su cariñoso acogimiento.
Por supuesto tengo que hacer un punto y aparte para mi amigo Mariano Maroto Garrido, archivero municipal; ilustrado, gran conversador y erudito experto en Goya. Podía estar oyéndolo varias horas seguidas en "su archivo", sin que el tiempo transcurriese, o al menos, que en su transcurrir, nos dejase al margen. Gracias Mariano, por todo lo que me enseñaste y por tu amena y casi silenciosa conversación. Gracias por todo amigo.
Es inútil perseguir el pensamiento. Intentar capturar el humo es tarea vana ¿?.
FUENTES CONSULTADAS
Mariano Maroto Garrido, archivero municipal de Yepes.
Archivo Municipal de Talavera de la Reina.
Wikipedia.
Vecinos del pueblo.
Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes Saavedra.
Algunas de la imágenes son de cosecha propia, otras, generadas por IA.
Hasta luego y suerte.
Paco Gil Pacheco (@PacoGilBarbate)
Hasta luego y suerte
Paco Gil Pacheco (@PacoGilBarbate)
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