El título del artículo parece sacado de una vieja historia protagonizada por un viejo añorando tiempos pasados, pero no, es simplemente un punto y seguido, o si se quiere un paréntesis en mi vida; uno más de los muchos momentos que acotamos a lo largo de nuestra existencia.
Con toda probabilidad no estaría escribiendo sobre este paréntesis de mi vida, si no fuera por ese natural y enfermizo afán que tenemos todos de echar la vista atrás de vez en cuando. Si hace unos días no hubiese caído en mis manos un libro: Réquiem por un campesino español de Ramón J. Sender y dentro de él encontrara una tira de tela azul con el anagrama de “Armada Española” en amarillo, casi con toda seguridad que ahora no estaría conversando con esta hoja en blanco. Algo meramente anecdótico y casual como este encuentro, me produjo una cierta desazón, un desasosiego, que hizo que mis tripas se rebeleran en mis entrañas, fue como si un puño impactase con un golpe seco y contundente en la boca del estómago y me produjera una dolorosa sensación de ahogo que hizo que los ojos se me llenaran de pequeños cristales transparente y se me perlara la frente. Fue cualquier cosa, menos agradable. Hoy con la perspectiva de la distancia y el tiempo me antoja una experiencia traumática.
El libro me trasladó a una desapacible tarde otoñal del mes de octubre de 1976 y a un lugar, la estación ferroviaria de San Fernando, Cádiz. ¿y qué hacía yo allí? Embarcar rumbo a Cartagena y muy concretamente al CIAF (Centro de Instrucción y Adiestramiento a Flote, en donde tuve mis primeros escarceos con la incipiente informática de la época y aquellos mastodónticos ordenadores, las tarjetas perforadas, los lenguajes Cobol y Pascal y cómo olvidarme del niño mimado, del Basic); me habían seleccionado para hacer un curso de cabo, tras haber jurado bandera después del periodo de instrucción en el Cuartel de Marinería de San Fernando.
Como cualquier chico de mi época, estaba asustado y angustiado a partes iguales, dejaba tras de mí muchas cosas, y sobre todo a mucha gente que me querían y a las que yo quería. Era lógico por otra parte, vivir una nueva situación por muy placentera que te la pinten, o muy idílica que imagines, siempre es estresante y sobre esa incertidumbre que empieza anidar en ti desde el preciso momento en que tú mismo creas el conflicto entre lo que crees saber y lo que no sabes. Un conflicto que, a esa edad, con una mente virgen y preparada para la labranza te es difícil de asimilar. Ni que decir tiene que, a estas alturas de mi película y con la mente en barbecho, el conflicto sería cuanto menos nimio o simplemente no existiría.
Pero esto más que un relato sobre mi, va simplemente admitir con humildad y por qué no sumisión, que el hecho de aceptar de que si es alguien quien decide hacer algo por ti, es decir, cuando no eres tú quien toma la decisión, también es una forma de decidir. Nada más embarcar en el tren y sentarme en el insufrible asiento de travesaños de madera de mi compartimento, (viajaba en un vagón tercera clase de un tren expreso con más años que Matusalén y un trayecto que cubriríamos en unas veinticuatro horas), abrí mi petate y saqué un libro de los dos que llevaba y que días antes había comprado en un quiosco de mi pueblo, Barbate. El libro: Réquiem por un campesino español (su compañero de fatiga era "Energía en evolución" de Teilhard de Chardin) . Al sufrimiento del viaje le añadí otro muy superior, el de la lectura del libro. Desde sus primeras páginas, su impacto fue tal que me hizo sentir un dolor físico, tan real como la impotencia moral.
Dicho esto, ya va siendo hora de que comencemos el peregrinaje, porque eso fue lo mío un peregrinaje, de más de un día.
Arranca el tren con un asmático y atronador traqueteo, propios de los achaques artríticos de su avanzada edad, y poco a poco va dejando atrás la estación envuelta en una neblina humeante y ese aroma salino tan gaditano. Por el vaho de las ventanillas, se intuyen las salinas de San Fernando. Pequeñas pirámides brillan con un color ocre dorado bajo la mortecina luz de la tarde noche. Garzas y flamencos rosados se recortan contra el horizonte, mientras el aire, cargado de ese aroma atlántico, se mezcla con el humo del viejo y reumático gusano que nos lleva en sus entrañas. A lo lejos, también se dibujan las parduzcas sombras de pequeñas barcas que llevan colgando sus redes por la amura de estribor. Les deseo mucha suerte como ya es costumbre en mi. Al fondo, se va perdiendo en la noche, la silueta de Cádiz al tiempo que nos adentramos en los viñedos de Jerez, donde las parras doradas y carmesí forman en perfecto estado de revista, Son puntos de colores en el dorado tapiz de la noche.
Los pequeños cristales en mis ojos, cada vez me hacen más daño y la sensación de ahogo se hace más acuciante, ¡necesito respirar! Una familia, compañera de vagón, me ofrece un bocadillo que yo educadamente rechazo, y entablamos una breve e insulsa conversación en la que ni ellos ni yo mostramos el más mínimo interés, pura cortesía entre compañeros de viaje. Una niña pequeña, de meses, empieza a cerrar los ojos y a bostezar, la madre la acurruca en su regazo para dormirla. En este momento, abro mi petate, saco un bocadillo, una botella de agua y mi libro.
Echo una ojeada al libro, y lo dejo sobre mi petate para salir al pasillo a comerme el bocadillo y a fumarme un cigarro. Me veo cruzando Sevilla y como el cielo va tomando los colores granate y lavanda, extraña combinación pensé, pero, por un momento me trasladó a mí mismo, Y justo en ese momento fui feliz. Una fugaz felicidad, como fugaces son todos los buenos momentos. Ya de noche cerrada, imaginaba a los olivares durmiendo al ritmo cadente de la brisa de la campiña sevillana. El suave viento invitaba a dormir o a seguir leyendo como fue mi caso. El tren avanza hacia Córdoba mientras los pueblos tintineaban como luciérnagas. Recuerdo el aroma de la tierra húmeda que se colaba por las rendijas de las ventanillas. He sentido algo de frío así que es hora de volver a mi compartimento y coger el libro.
Lo abro y echo un rápido vistazo a la introducción para hacerme una breve composición de lugar. Ya sabemos que el ser humano está hecho de esperanza y de impaciencia y ambas en mí estaban fundidas en ese momento.
La novela fue publicada en 1953 por Ramón J. Sender, escritor español republicano que se había exiliado en México. Réquiem por un campesino español es una obra maestra que sintetiza la tragedia de la Guerra Civil española (1936-1939) en un corto relato íntimo y simbólico. Destaca en él la figura de Mosén Millán, un sacerdote atormentado por la memoria de Paco ( joven campesino asesinado y protagonista de la novela) y por sus propios conflictos internos, por esa doble sumisión a que estaba sometido: la Iglesia y el Poder (nada nuevo por otra parte). Sender explora las tensiones sociales, la complicidad institucional y las heridas morales de un conflicto que desgarró España. Esta pequeña gran obra no sólo analiza el contexto histórico de la novela, el papel de sus personajes y su crítica a las estructuras de poder que perpetuaron la violencia, sino que te hace formar parte del elenco de protagonistas. Pocas veces me he identificado tanto con una novela como con esta.
Cuando me doy cuenta, llevo un rato con la vista perdida en no sé dónde, sin pensar en nada, sin leer y sin ser capaz de conciliar el sueño. Va siendo hora de volver al pasillo y fumarme otro cigarro; pero antes echo un trago de agua.
Creo que ha pasado más tiempo del que era consciente, ya que intuyo tras los cristales chorreando de la ventanilla (he tenido que abrigarme) una llanura infinita y al fondo alguien reconoce a Ciudad Real. La luna ilumina la llanura manchega. Hace ya como una hora que hemos abandonado Andalucía y nos hemos adentrado en la Meseta. Campos de cereales dormidos bajo el frío manto que cubre las planicies mesetarias se funden con la oscuridad, solo rotos por las tímidas siluetas de los molinos de viento, vigilantes de un paisaje en el que el invierno parecía susurrar y de una historia, la más grande jamás contada: Don Quijote de la Mancha.
Casi como sacada de una chistera aparece Alcázar de San Juan. El tren desliza chirriante sus cansadas articulaciones metálicas, confundiéndose con los últimos ecos de la noche, deteniéndose al tiempo que deja escapar un gemido asmático . El alba tiñe el cielo de azul pálido y carmesí mientras que el frío otoñal abrazaba una estación que se me antojaba fantasmal, levantando espirales de aliento en los viajeros que se apeaban. Las farolas doraban las fachadas de ladrillo desgastado, mezclándose con el humo danzante de la horrible máquina. En la distancia, aún era capaz de divisar el perfil de molinos que parecían desperezarse lentamente sobre las llanuras. El tren hace una parada que se prevé larga; la estación, con sus bancos de madera, su estufa metálica central, sus carteles de cerámica y ese reloj tan característico de cualquier apeadero, está vacía salvo por un par de viajeros con maletas de cuero que esperan. La mañana es fría, plomiza, y sabiendo que al menos tendremos que esperar dos horas, bajó al pueblo y me desayuno unos churros con chocolate que me supieron a gloria bendita.
Cuando suena de nuevo el silbato del responsable ferroviario que anuncia la salida, vuelvo a coger el libro y me enfrasco en él hasta el punto de olvidarme de todo, aún no he dado ni una cabezada, o al menos eso creo.
Después de leer un buen trecho cojo una libreta y una pluma estilográfica, (aún sigo escribiendo con pluma estilográfica), y me pongo hacer un breve resumen del libro. De pronto, no sé por qué me viene a la mente una frase muy recurrente que mi abuelo me decía una y otra vez: "Paco, hasta Dios está loco”, y así siempre lo creí. Lo que decía mi abuelo iba a misa y volvía.
Mi pluma se desliza acariciando la hoja de la libreta (las estilográficas escriben miman el papel por el que reptan): La España rural en vísperas de la guerra incivil. No, no me he equivocado. Y sigo:
La trama se desarrolla en un pueblo aragonés, un microcosmos hervidero de rencores, de la España rural de los años 30. Tras la proclamación de la Segunda República (1931), se impulsaron reformas para redistribuir tierras y limitar el poder de la Iglesia y la aristocracia terrateniente. Sin embargo, estas medidas generaron resistencia entre las élites, que apoyaron el alzamiento franquista en 1936. La novela refleja este conflicto: Paco, hijo de arrendatarios, encarna las esperanzas de los campesinos por una vida digna, mientras el señor del pueblo, el cura y las fuerzas de orden público representan el orden tradicional que se resiste al cambio.
Noto como los ojos se me van cerrando, llevo casi dieciocho horas sin dormir, los tímidos rayos de sol que entran por la ventanilla hace su trabajo en mi, sin embargo me rebelo contra Morfeo. Si duermo, es posible que la noche que me espera sea algo más que toledana, así que decido salir del vagón e irme al pasillo, y mientras miro por la ventana vuelvo a comerme el último bocadillo; por supuesto vuelvo a fumar otro cigarro.
Alguien en el pasillo comenta que estamos en tierras murcianas, el sol ha hecho jirones las nubes sobre Hellín, revelándose barrancos rojizos y almendros polvorientos. El aire se vuelve áspero y pesado, un aire casi mineral. El tren serpentea entre las sierras del altiplano murciano, donde las montañas desnudas se alzan como murallas metálicas. En las vaguadas, pequeños huertos de limoneros desafían la aridez, y el olor a tomillo salvaje se cuela por los vagones. Pastores con zurrones observan el paso del convoy, mientras pastorean sus cabañas de cabras dibujando un paisaje de manchas débiles en la tierra árida.
Recuperado del sueño que me hacía zozobrar, vuelvo a mi compartimento y cojo el libro, el cuaderno y mi inseparable estilográfica, la abro y compruebo que aún me queda algo más de medio depósito lo que me tranquiliza a seguir con mis notas.
Toca ahora describir a los personajes más importantes del corto elenco de protagonistas. Me parece que debe ser Mosén Millán por quien debo comenzar; personaje atormentado contradictorio y cobarde (por no ser capaz de enfrentarse a sus propios demonios). El cura acaparó desde el principio toda mi atención.
El sacerdote es la figura central de esta trama y de este drama, y aunque finalmente se culpa (que no le exime), con toda la razón, de no impedir la muerte de Paco —a quien bautizó, casó y finalmente traicionó— simboliza la complicidad de la Iglesia con el franquismo. Su silencio durante el asesinato refleja la perversa moral de una institución que priorizó su alianza con el poder sobre los principios cristianos. Es un personaje psicológicamente trastornado, atormentado, que vive en ese espacio de nadie en el que la sinrazón ejerce de mariscal de campo. Una sinrazón que siempre ha ejercido el poder omnímodo en este suelo patrio: el poder y la religión, y que se ha servido del analfabetismo endémico de este pueblo haciendo de él su más fiel aliado y su más firme e incondicional servidor.
Paco el del Molino. Mártir de la causa campesina, representa al pueblo llano, víctima de la represión y de la esclavitud encubierta de la época. Su lucha por derechos tan básicos, como el acceso al agua, y su posterior ejecución (ordenada por las autoridades locales, los de siempre) ilustran la brutalidad contra quienes desafían el poder establecido.
El señor del pueblo, el alcalde y las fuerzas de orden público. Encarnan la trinidad del poder: El aristócrata, dueño y señor de vidas y haciendas por la gracia divina, el político corrupto, fuerte con los débiles y débiles con los fuertes y las fuerzas represivas. Un triunvirato que aplasta cualquier atisbo de rebeldía. Su colaboración por su omisión o sumisión, muestra cómo las élites formaron la alianza perfecta para mantener sus privilegios.
A modo de síntesis redacto mis elucubraciones sobre una novela que tenía que haber leído en otro momento y en otras circunstancias, pero supongo que como siempre ocurre con estas cosas, me llamó y me encontró. Ramón J. Sender denuncia la hipocresía de un Estado y una Iglesia que se proclaman defensores de las tradiciones católicas, y emplean métodos totalmente anticristianos, contra sus semejantes más débiles: falsas acusaciones, mentiras, coacciones y por último ejecuciones sumarias. Nada nuevo bajo el sol.
La denuncia anónima que lleva a Paco a la muerte muestra cómo el miedo y la envidia corroen los lazos de una comunidad dividida, una realidad no sólo de la España rural. Sender no idealiza en ningún momento al campesinado: algunos apoyan a Paco, otros lo abandonan. Esta ambigüedad refleja las divisiones de la España real, donde el progreso chocaba con el fatalismo y la sumisión y los intereses heredados.
Más que una elegía, la novela es un acto de acusación. Sender, desde el exilio, rescata la voz de los vencidos y cuestiona la impunidad de los vencedores, subrayando que sin verdad ni justicia, no hay reconciliación posible.
Cuando la tarde está dando sus últimos suspiros el mar vuelve a aparecer. Como un hechizo Barbate vuelve a mi. Entre Águilas y Cartagena, el tren bordea acantilados que se desploman sobre calas de aguas turquesas. Las salinas y arenales de San Pedro del Pinatar brillan al sol poniente, y la brisa se vuelve marinera. Como cuando salía de San Fernando, en la lejanía, pequeños barcos regresan a puerto; he vuelto a mi tierra.
Son aproximadamente las diez de la noche cuando el tren jadea por última vez; en esta ocasión el resuello es más melódico y su respirar más liviano. Parece contento. La ciudad de Cartagena me recibe con gran algarabía y un collar de luces de colores. El aire huele a salitre y algas y desde la ventanilla de mi compartimento, con los cristales de lágrimas clavándoseme en las pupilas con más profusión, recojo mi pesado petate, doy las gracias y me dispongo a salir cuando oigo al tren exhalar su último suspiro de vapor y detenerse.
Me quedo paralizado antes de atravesar la puerta del vagón número 7, es sólo un instante, y pienso en que la realidad plasmada en Réquiem por un campesino español, seguirá siendo un espejo incómodo pero necesario. Un recordatorio de que las heridas históricas sólo sanan cuando se nombran.
Emprendo mi camino con el petate al hombro hacia …; pero eso ya, es otra historia.
Encanto de tus otoños infantiles, seducción de una época del año que es la tuya, porque en ella has nacido.
[...].
El otoño. Luis Cernuda.
BIBLIOGRAFÍA:
Réquiem por un campesino español. Ramón J. Sender.
Un poco de mis recuerdos.
Algunas de las imágenes han sido generadas por IA y tratadas con Photoshop.
Otra imagen extraída de la web oficial de Alcázar de San Juan.
Hasta luego y suerte.
Paco Gil Pacheco (@PacoGilBarbate)
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