ANÉCDOTAS DEL SIGLO DE ORO. ENTRE CAGADAS Y MEADAS ANDA EL JUEGO

 

El título lo dice prácticamente todo sin empañar un ápice toda la grandeza de nuestro SIGLO DE ORO, que por cierto, duró mucho más que un siglo. Podemos situar su alumbramiento allá por el descubrimiento de América y darlo por finalizado con la muerte de Calderón de la Barca en el año 1681, es decir,  aproximadamente 189 años, casi dos siglos, vamos. Pero ya sabemos que para esto de la cultura siempre hemos sido unos rácanos y a la gran mayoría les importa un pimiento. Es verdad. Si fuéramos hijos de la Gran Bretaña, daríamos por sentado que este esplendoroso periodo duró tres siglos: XV, XVI, y XVII; pero que le vamos a hacer: “Ka uno es Ka uno y tiene sus Kauná”, o como diría el ínclito don Manuel Fraga Iribarne: “Spain is different”. Ese Fraga que con una mano firmaba los estatutos del recién creado partido  "Alianza Popular y con la otra..., piensen mal y acertarán.

Pues bien, habiéndonos situados en el espacio temporal, que puede importar a uno más que a otros; nuestro incomparable, no hay paragón en la Historia Universal, SIGLO DE ORO no estuvo exento de esos matices claroscuros de los que está tapizado cualquier periodo histórico, al margen que esto suponga una acción directa en el devenir de posteriores acontecimientos y que indudablemente marcarán nuestra idiosincrasia como pueblo, como colectivo humano y como nación.

Más allá del indudable valor cultural, histórico y humano que supuso este periodo para la humanidad, se daban situaciones muy divertidas y hasta cómicas, desde nuestro punto de vista actual. Momentos puntuales, que si bien marcaban el día a día de la época, no por ello estaban exentos de cierta comicidad; lo que hacía que en nuestro SIGLO DE ORO, no fuera oro todo lo que relucía.

Las pequeñas historia que aquí cuento, sucedían en la España del siglo XVII, y con más profusión, si cabe, en la capital del reino, la Villa y Corte de Madrid; una ciudad en la que convivían nuestros más insignes representantes de las letra: -Cervantes, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Tirso de Molina, Agustín Moreto, Juan Ruiz de Alarcón, Diego Velázquez, Calderón de la Barca (éste más tardío y con el que los entendidos dan por finalizado este SIGLO DE ORO), y aún sabiendo que son muchos más los que se me quedan en el tintero, por lo que pido perdón, debo acabar aquí la lista-, con aristócratas y parásitos cortesanos -como ahora, vamos-, un clero indolente y lujurioso hasta la saciedad, maleantes, mendigos, tullidos e hidalgos de baja estofa que preferían morir antes que trabajar. (No entiendo todavía, como España subsistía, cuando aquí no trabajaba nadie, porque esto  era botón y muestra de cualquier otro punto de nuestra geografía). Madrid bulle de soldados ociosos y tullidos de guerras de todas las nacionalidades. Un Madrid en el que su Graciosa Majestad, acompañado por su valido de turno y su séquito de pelotas, prefiere ir bajo palio a hacer rogatorias a la virgen de Atocha para ver si llegan  indemne la flota de Indias y gastarse el dinero en velas y pagar a un ejército totalmente inútil en los lugares más recónditos de la Tierra.

Sin más preámbulos, ahí van algunas, muy pocas, de las muchas anécdotas que hoy en día nos parecerán extravagantes , estrafalarias y en ocasiones difíciles de creer; pero que sin embargo ocurrían con más frecuencia de lo que ahora podemos imaginar..

Según cronistas de la época, en el Madrid de Felipe III, para un hidalgo era preferible morir de hambre en que trabajar con las manos. No obstante, no es necesario remontarse hasta el siglo XVII, hoy vemos como, herederos de grandes fortunas, dicen tirarse ocho horas diarias de trabajo en el campo, y lo más parecido a un melón que han visto es una pelota de golf. Supongo que no hace falta dar nombres. Madrid en aquella época era una ciudad maloliente e insalubre, en donde los olores predominantes eran el del incienso, cera y crisantemos, por otra parte lógico si pensamos que era el precio que tenía que pagar los ciudadanos por el próspero y rentable negocio que era, fue y será la Iglesia. Hoy día los métodos de recaudación son mucho más sofisticados y lejos de los tentáculos de Hacienda, porque realmente, Hacienda somos unos más que otros por voluntad divina parece ser, por mucho que intenten convencernos de lo contrario. Por poner un ejemplo muy ilustrativo, vemos como para los jesuitas, el bien morir pasaba porque el sujeto hiciera testamento, recibiera la extremaunción, una vez confesado y comulgado, podía estar rodeado de amigos y nunca de familiares, para que el enfermo pudiera dejar en paz esta vida.

En este Madrid de los Austrias, se promulgó una ley, durante el reinado de Felipe II, que recibió el nombre de “Regalía de Aposentos”. Es una ley nacida como consecuencia de la enorme carencia de habitaciones aptas para albergar la avalancha de nuevos habitantes que trajo consigo el traslado de la corte desde Valladolid (podéis consultar la entrada Anecdotario II http://pacogilbarbate.blogspot.com/2021/04/anecdotario-ii.html). En ella se obligaba a todos los propietarios de casas de más de una planta a poner la susodicha a disposición de los de los aposentadores reales o, en su defecto a pagar a la Corona una cantidad anual en concepto de indemnización. Esto nos permite saber por qué en Madrid sólo los curas construyen en altura a la luz de cualquier posible inspección oficial. La Iglesia antes, como ahora, estaba exenta de cualquier impuesto.

Sin embargo, para el resto de los madrileños, pícaros como correspondían a su condición de gato de nuevo cuño, la llamada "Regalía de Aposentos", sirvió para poner en práctica su más que agudizado instinto de supervivencia y construyeran sus casas de un modo muy particular,  que fue conocido también con el sobrenombre de "casas a la malicia". o "casas de incómoda partición".  De esta forma, para evitar el expolio, los vecinos se construían su viviendas con habitaciones ocultas, o de difícil acceso, de tal forma que no se vieran desde la calle, para que, a la hora de ceder esa mitad útil, sólo se contabilizara lo que se mostraba, no lo que se ocultaba en altillos, patios, traseras, corrales buhardilla y toda clase de espacios que quedaran fuera de lo que aparentaba ser la superficie útil. Esa manera de escamotear metros para evitar la invasión de los funcionarios reales era conocida por todos, pero imposible de descubrir, lo que obligó a las autoridades a buscar una solución que no llegó hasta muchos años después, con la Visita General de 1749, que realizó un catastro general a toda la ciudad. 



(Imágenes extraída de https://artedemadrid.wordpress.com/2015/03/13/regalia-de-aposento-y-visitas-a-las-casas-de-madrid-en-la-primera-mitad-del-siglo-xvii/ )

Los lugares más comunes para propagar la cultura al mismo tiempo que de asueto y entretenimiento para los lugareños, y no solo culturizándose como podemos suponer, eran los “Corrales de Comedia”. Como inciso diré que no hace mucho visité el de Almagro y me produjo una sensación de escalofrío al mismo tiempo que un viaje apasionante al pasado. Pues, como iba diciendo, en estos templos de la cultura en donde el dios por excelencia, en la época que nos ocupa, era Lope de Vega (de tal manera que, nada era bueno sino era del agrado de Lope y no se aplaudía comedia que él no aprobase, si se concedían laureles sin su beneplácito), existían los llamados “Patio de mosqueteros”, y era el lugar en el que hombres del pueblo generalmente, llamados mosqueteros que se situaban en la denominada cazuela del corral. La misión de estos mosqueteros no era otra que con sus silbidos y abucheos o aplausos, hundían o levantaban la comedia que se estuviera representando en ese momento. No obstante, en la denominada cazuela que se situaba al final del patio en la primera planta solían situarse las mujeres. Estos mosqueteros solían ser contratados por autores antagónicos al de la comedia que se estaba representando. Parece ser que de esto sabía mucho el Fénix de los Ingenios ( con más de 1.500 comedias escritas en pleno cénit del SIGLO DE ORO)


( Imagen extraída de : https://www.almagroteatro.com/el-corral )

Las barberías eran otros lugares curiosos;  templos de muy diversas actividades culturales, higiénicas sanitarias y mentideros, en donde las actividades estaban enfocadas fundamentalmente en  velar por la salud e higiene de los clientes y pacientes. De todos es sabido la importancia del barbero cirujano en esta época y en anteriores, así que mejor dar una larga cambiada y centrarnos en lo que nos interesa, no sin antes aclarar que ésta era una época en la que pregonar el amor al baño podría ser peligroso por cuanto podrían tildar de morisco a quien así lo hiciere, y de ahí a que interviniera la Inquisición sólo distaba el canto de un duro. Y ya que estamos, ¿Qué decir de la prohibición que tenían los caballeros de las Órdenes Religiosas de comer cebolla?

Bueno, siguiendo con tan emblemáticos como ociosos lugares (qué bien nos lo pasábamos los jóvenes de mi generación en estos sitios, en los que se corría un tupido velo con determinadas revistas subiditas de tono, en donde  nos enterábamos de lo público y privado, de lo divino y humano del pueblo y otros lugares de nuestra geografía, en donde nos aprendíamos de memoria las alineaciones de nuestros equipos de fútbol favoritos. ¿Quién no tenía un amigo aprendiz de barbero al que esperábamos a que terminase su jornada laboral para irnos a jugar?…) las barberías del SIGLO DE ORO,  además de cortarse el pelo, rasurarse la barba, hacer sangrías, sacarse una muela y otras muchas actividades propias del cirujano barbero, también se limpiaban los dientes a los clientes mediante unos mondadientes que portaba el propio usuario y que generalmente habían heredado de sus padres y este a su vez de los suyos. De tal manera que había mondadientes de varias generaciones, lo que daba a su dueño cierta solera sin que por ello llegase a influir  en la consecución de la ejecutoria de hidalguía. Y ya que estamos aquí, me gustaría detenerme sólo un momento para hablar de los "hidalgos de braguetas"; recibían este título el padre que, por haber obtenido en legítimo matrimonio siete hijos varones consecutivos, adquiría el derecho de hidalguía.

La hidalguía es un término tan manoseado y extendido como poco conocido, decir que, en los siglos XVI y XVII, la denominación de hidalgo se reserva en Castilla, para la nobleza de rango inferior, desprovista de derechos jurisdiccionales y de escaso nivel económico y relieve social. Sin embargo gozaba de algunos privilegios como: estaban exentos de determinadas contribuciones y servicios, no poder embargarles la casa, las armas o el caballo, tener cárcel propia, no podían ser sometidos a tormentos, no ser condenados a la horca ni a otra muerte considerada infame, gozaban del privilegio de portar armas. Para poder disfrutar de tal reconocimiento y menester, el aspirante tenía que probar su condición mediante un documento que llamaban ejecutoria de hidalguía. Todo un personaje el hidalgo.

(Ejecutoria de hidalguía. Imagen obtenida de: https://blog.udlap.mx/blog/2011/05/ejecutoria-de-hidalguia/)

En esta época, tan dada a los gremios, surge también el gremio de los ciegos (para que luego digan que la ONCE fue cosa del dictador Franco), para ellos supuso una mejora sustancial en su forma de vida ya que incluso consiguieron el privilegio real para vender gacetas, romances, relaciones y otros sueltos. También los contrataban para rezar, de ahí su nombre de "ciegos oracioneros", y su participación estaba muy bien vista en bodas, entierros y funerales. La estructura del gremio era similar a la de cualquier otro, con la salvedad de que para ingresar el único requisito era ser ciego. Algunos padres para asegurarse un futuro para sus hijos, los cegaban de bebé con un hierro candente que acercaban a los ojos del pequeño hasta que se los quemaban sin dejar rastro alguno.

    (Imagen obtenida de: https://beauty.expob2b.es/es/n-/23367/cuando-los-barberos-eran-dentistas )

En las barberías, esos sacrosantos lugares, era muy común otro remedios médico reservado lógicamente a gente con poder adquisitivo; era la "purga con estibio". Se hacía mediante la ingesta de unas píldoras metálicas que salen intactas por el ano pudiendo usarse indefinidamente. Algunos conservaban un juego de las mismas de varias generaciones atrás y que pasaría a sus hijos, como esos mondadientes metálicos de los que hemos hablado. Quienes podían se purgaban una vez cada seis meses porque decían sentirse limpios y renovados por dentro. Probablemente uno de las causas, además de las económicas, por las no se purgaban con la frecuencia deseada, era que esta purga producía cagaleras incontroladas y en una bacinilla, artefacto que no todos poseían, con el objeto de poder recuperar las píldoras para el uso y disfrute posteriores.

Otro remedio, que hoy nos podría parecer repugnante, era el uso de la orina como blanqueador de los dientes, los pacientes hacían buches con ella y se vendían en tarritos pequeños. Vamos, que salía uno de la barbería como un san Luis. Cuentan las crónicas, que la orina española estaba muy de moda en la Roma Imperial, era muy demandada, casi tanto como el Garum. Las meadas de nuestros antepasados viajaron al corazón mismo del Imperio embotelladas en ricas vasijas de ónix, esas mismas en las que viajaban las preciadas y exquisitas esencias orientales.

Hasta aquí hemos llegado. He de poner fin en algún momento a esta retahíla de curiosidades que también aportaron su granito de arena para  que la grandiosidad de nuestro Siglo de Oro fuese algo más que un Siglo y mucho más de Oro.

«Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la misma experiencia, madre de las ciencias todas»: Don Quijote de la Mancha. Don Miguel de Cervantes Saavedra

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.” Don Quijote de la Mancha. Don Miguel de Cervantes Saavedra

BICLIOGRAFÍA:

Ladrones de tinta de Alfonso Mateo-Sagasta.

Menudas Quijoterías de Nieves Concostrina.

Madrid. La novela de Antonio Gómez Rufo


Hasta luego y suerte


Paco Gil Pacheco (@PacoGilBarbate)







Comentarios

francisco nadales ha dicho que…
Curioso y documentado artículo. En esa época, se ve que la gente pudiente o de comer bien como dicen en mi pueblo, era muy limpia. Por dentro y por fuera. Jajaja. Saludos.