Nunca es bueno generalizar y muchísimo menos justo, sin embargo me he encontrado con que somos más de lo mismo, pocos somos los que hemos aprendidos que vivimos en una sociedad muy distinta a la que hace unos meses dejamos atrás. Pocos se han dado cuenta de que hemos adoptado una serie conductas, hasta hora impensables, pero que sin embargo la hemos aceptado como parte de una rutina con la que parece que hemos estado conviviendo toda la vida. Para muestra, la mascarilla.
He redescubierto que el ser humano como individualidad es mucho mejor y menos influenciable que como ente grupal.
He redescubierto también que la sociedad en la que vivimos no tiene absolutamente nada que ver con los individuos que la forma. Que el todo es más que la suma de las partes, que son muy distintos los intereses de unos y otros y que el grupo social en que nos desenvolvemos como individuo está regido por otros tipos de intereses, a los que somos totalmente ajenos la gran mayoría de los mortales. En definitiva, los intereses del grupo tienen muy poco que ver con el fin último del ser humano: la búsqueda de la felicidad a través de su desarrollo integral.
Con esto no afirmo que el individuo no sea manipulable, nada más lejos de la realidad, lo es y probablemente más de lo que desearíamos, sin embargo somos más proclives a la manipulación cuando actuamos en grupo (No nos vendría nada mal echarle un vistazo al libro: La rebelión de las masas de José Ortega y Gasset). El grupo humano carece de la estructura mental e intelectual de la que pueden presumir otros seres gregarios como abejas, hormigas, algunas manadas de mamíferos, etc. Esto hace que desde determinadas instancias supranacionales (y nacionales, lógicamente) puedan manejarlo a su antojo buscando determinados intereses de los que el individuo se ve totalmente excluido.
No voy a entrar en teorías conspiranóicas ni mucho menos me voy a posicionar del lado de quienes defienden que esta pandemia es más bien una “plandemia” urdida por determinados lobbys (véase Bill Gate y George Soros); doy por asentado así que, quienes están leyendo este artículo entiendan que me encuentro en el lado opuesto a la “infoxicación” que durante estos meses nos está invadiendo tantos medios de comunicación y en especial las redes sociales.
Mientras no me demuestren lo contrario, y hasta ahora nadie lo ha hecho con absoluta certeza, me tiro al ruedo posicionándome claramente a favor de la comunidad científica ortodoxa, si es que así se le puede llamar.
Tras muchas horas de información, lectura de decenas de artículos de distintas tendencias y puntos de vista y sobre todo reflexión; he llegado a la conclusión de que no sé absolutamente nada sobre lo que está ocurriendo. Reconozco el mar de confusiones sobre el que intento nadar sin saber qué confusa playa voy a alcanzar. Sin embargo aún así y todo, y siendo consecuente con mi paradójica actitud de siempre, siento la necesidad de creer ciegamente en el ser humano. Podéis tacharme, y probablemente con razón, de ingenuo, tonto o iluso; me da igual; “ca uno es ca uno y tiene sus cauná”. Sin embargo quiero que quede bien claro que esta necesidad de creer no me ciega hasta el punto de reconocer con sólo otear el horizonte, los rincones de qué podridas mentes puede engendrarse la maldad.
Creo que con esto he fijado mi posición, por lo que ahora toca centrar mis elucubraciones sobre la COVID-19, en el mal bicho que la ha provocado y cómo hemos reaccionado ante ella.
Parto de la base de que no sé con absoluta certeza el origen del virus (SARS-CoV-2). Parece más que probable, y en esto existe cierta unanimidad en medios científicos reputados, de que apareciera por primera vez en la ciudad China de Wuhan, allá por los meses de noviembre o diciembre de 2019, y que en un principio no se le dio o no se le quiso dar la importancia que actualmente vemos que ha tenido. Sea cual sea su origen (natural o artificial) y su naturaleza biológica, ha demostrado ser de una gran virulencia y de una rapidez de transmisión muy importante. No voy a entrar en los vectores de transmisión, es mucha la literatura que sobre esto se ha vertido y por tanto todos tenemos una idea más o menos acertada sobre ello; no obstante es verdad que la unanimidad brilla por su ausencia (cosas de la ciencia, al no dar nada por seguro). También es cierto, y hay que hacer mención a ello aunque sea de soslayo, que hay grupos sociales (negacionistas) que niegan no sólo los vectores de transmisión si no la propia existencia del virus. Este es un movimiento que cada día cuenta con más adeptos y a los que no hay que olvidar, por lo que conocerlos a ellos y a los criterios científicos, sociales e históricos sobre los que se sustentan, es digno de estudio para mantenerse medianamente informado y poder formarnos un criterio cimentado en el conocimiento, como no puede ser de otra manera.
Pasando al tratamiento que en nuestro país estamos dando a esta pandemia, a nadie se le escapa que hemos llegado tarde y mal. Prácticamente como el resto de los países. Nosotros, llegamos muy tarde y nos cogió en pañales, bueno, más bien en pelotas. A nosotros nos pilló probablemente peor que a muchos de los países de nuestro entorno. Nos despertamos en medio de una pesadilla en la que constatamos que nuestra tejido sanitario, científico y empresarial era tremendamente deficiente y que la buena salud de nuestra red hospitalaria pública había sido una milonga que nuestros políticos nos querían vender una elecciones sí y otras también. Lo único digno de mención y ante los que nos descubrimos los ciudadanos son su gente, el personal sanitario. Gente formada en nuestras universidades públicas y a las que luego damos la patada en el culo para que vayan a dar sus frutos a otros países. Esto sigue igual que siempre, somos así. En nuestro ADN esta incrustado esa frase muy típica de los políticos de siglos pasados: “Que inventen otros, que nosotros ya compramos". Lo he dicho muchas veces desde esta tribuna, en política, como en cualquier otra actividad de la vida, no todo debe estar permitido, no todo vale, y desde uno y otro partido político no sólo nos han estado y siguen mintiéndonos impunemente, si no que venden nuestro estado del bienestar al mejor postor. Esto debería acabarse ya de una vez. Esta clase política no nos merece y para eso están las urnas, para votar con la cabeza y no con las tripas.
¿Qué decir de la gestión de nuestro sistema educativo? Un desastre sin paliativos. Como en otras tantas cuestiones, ha sido vergonzoso ver cómo durante estos meses nuestros políticos han seguido alimentando la confusión con sus lamentables y sórdidos espectáculos, con actuaciones erróneas y egoistas y todo, ¿con qué fin? No lo sé. No quiero expresar lo que pienso por que me horroriza este enfrentamiento que se está fomentando
Tomaron el control del la pandemia las autonomías y ¿quë? En qué hemos mejorados, que soluciones han aportado. Yo os diré lo que pienso: ninguna. Esto ha sido lo de siempre (y vuelvo a la historia), una continua y cruenta guerra de taifas para alimentar los egos insaciables de determinados personajillos que desgraciadamente nos están gobernando.La dispersión de responsabilidades en el control de esta crítica situación, ha puesto en valor, más aún si cabe, las tremendas contradicciones e ineficacia no tanto de las instituciones como de los políticos que las constituye.
Probablemente el que dejase de existir un mando único de gestión social de la pandemia fuese un error, pero claro, el decir esto podría entenderse de que defiendo un estado centralizado y autoritario, sin embargo nada más lejos de la realidad. Sin embargo a las pruebas me remito, ha sido peor el remedio que la enfermedad. Cientos de políticos (por cierto, ¿cuántos han sufrido un ERTE?) ¿para qué? Para nada. Esto no tiene nada que ver con la mejor o peor forma de gestionar una autonomía, si no con su efectividad; esto tiene que ver con la defensa dela salud de todos los españoles y esto es sagrado.
No he visto durante toda esta pandemia, ni un solo acto de solidaridad y de unión por una misma causa: la salud de todos nosotros. En algún momento también pensé el que este virus podría ser el germen de esa gran revolución que España tiene pendiente con ella misma. Esa revolución que transformó la vida y el sueño de tantos y tantos países (Revolución Francesa, Revolución Industrial, Revolución de los Colores…). Iluso de mi.
Para terminar reiterarme aún más si cabe, en el vergonzoso espectáculo que nuestra clase política está dando, incapaces de ponerse a remar todos en la misma dirección. Actúan como chusma (en su sentido etimológico) de la peor calaña.
Hay quienes prefieren vender al por menor los menudillos de su alma que hacer que ésta vuele. (¿?)
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Hasta luego.
Paco Gil Pacheco (@PacoGilBarbate)
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